martes, 9 de septiembre de 2014

La fiesta



Cuando llegué se habían marchado todos. Me había perdido la fiesta más salvaje del año, y allí estaban los restos del naufragio del aquel evento que no se volvería a repetir. Eche un vistazo desconsolado imaginándome la música, los invitados bailando gradualmente, de formal a desinhibido, con la ayuda de cócteles y chupitos. Patiné con los brebajes que habían caído al suelo e incluso encontré un sujetador colgando de la baranda, haciéndome pensar que aquello había terminado en una ferviente bacanal. Y yo me lo había perdido.

El día de la fiesta llevaba marcado en mi almanaque con rotulador amarillo fluorescente desde hacía meses, tenía la ropa elegida, hora en la peluquería, había pedido la tarde libre en el trabajo, lo tenía todo preparado para el gran evento que me hacía tanta ilusión. Iban a ir todos, y probablemente sería la última vez que eso ocurriera, estábamos todos apuntados.
La ocasión estaba preparada hasta el más mínimo detalle, la decoración, la zona de aparcamiento, alimentos en abundancia, canapés de cangrejo, salmón, a las finas hierbas, de higaditos, de berenjena con parmesano, pastelitos de atún, barquitos de ensalada con huevo, enrollados de morcilla dulce y de tortilla de espinacas; bebidas exclusivas y no tan exclusivas, música, zona de confort, en fin lo que es una fiesta del año, que yo me perdí.

Recorrí la estancia para comprobar si quedaba algún alma descarriada a la que su estado le hubiera impedido marcharse, pero no encontré a nadie. Seguí rondando por allí, imaginándome el sonido de las voces unas sobre otras mezclándose con la música, con el tintineo del cristal al brindar, por las risas sinuosas y las carcajadas estridentes. Los canapés se habían borrado de las bandejas, no quedaban ni las migas, sólo había alguno que otro en el suelo, mordidos y pisoteados junto a decenas de colillas y cristales rotos. De la lámpara de araña que habitaba el techo, colgaba un sujetador de encaje negro de esos que se abrochan por delante, y mirándolo fijamente, especulé sobre los  distintos motivos que habría para que aquella prenda de lencería terminara ahí. Y solo podía pensar en aquellos sabores que me había perdido, en aquella música que no había sentido y bailado, en aquel sudor que no había derramado sobre mi espalda y mi camisa. Me sentía tan decepcionado.

Escuché un ruido que venía del fondo del pasillo y me adentré en él. Nada. Se habían dejado una ventana abierta, la verdad es que aquel sitio necesitaba ventilación.

Ya era hora de dejar de lamentarme, no llegué y punto, que no habría otra como aquella fiesta, es verdad, posiblemente no la hubiera, pero de nada hubiera servido continuar con el drama.

Al fin me encontré delante de la puerta del cuarto del fondo, le di un suave empujón y allí estaba la mujer del difunto, sola, con un traje rojo que hacía que su figura pareciera una tubería, con una copa de vino blanco en una mano y en la otra un puro, expulsando el humo sobre la cara de su compañero, entre lágrimas y sollozos. El  ataúd era de madera, elegante, y la cabeza del que había sido mi amigo, que parecía haber encogido, reposaba en un acolchado y suave raso rojo, como él había pedido. La viuda me ofreció un habano en total silencio y comencé a chuparlo, entre los dos expulsamos tanto humo que aquella habitación parecía Londres envuelto en su famosa niebla. El difunto se había enterado de su mortal enfermedad  hacia unos meses, y llevaba preparando este fiestón de despedida desde entonces. Lo que ninguno supimos jamás es cómo pudo adivinar la fecha exacta de su fiesta de despedida. Y nos dejó  bastante claro que no deseaba llantos, ni gente a su alrededor enlutada, quería música, vicio, risas, colores llamativos y que lo recordaran en cada instante que durara la fiesta  con una gran sonrisa. Que recordaran aquel evento como algo inolvidable, como la mejor fiesta del año, que bien podría haber sido de despedida porque se mudaba a otro país. Deseaba que celebrásemos su vida, no su muerte, y así lo hicimos, bueno, yo no porque me la perdí.


Licencia Creative Commons
Relato: "La fiesta" por María Vanessa López Torrente se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en relatosdelacolmena.blogspot.com.es.

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