domingo, 3 de mayo de 2015

Maldita maldición



Hay anécdotas que se quedan adheridas a las personas, sobre todo cuando son acontecimientos repetitivos, como si una maldición se apoderara de ellas. Por ejemplo, las personas que tienen mala suerte con el agua, inundaciones, goteras, resbalones, el congelador se les descongela, se les vuelca el cubo cuando se disponen a fregar, que llueva durante una acampada y la caseta tenga una gotera, una ola les roba o derraman una garrafa de agua de cinco litros en el maletero del coche volviendo de hacer la compra empapando irremediablemente parte de lo adquirido en el supermercado. O tener mala suerte con las caídas; salir rodando por un pequeño barranco en el monte cuando se disponen a miccionar, salir de un bar a fumar en la calle con una copa en la mano y tropezar con el minúsculo escalón de la puerta y caer sin derramar una gota; golpear la puntera del zapato contra un adoquín mínimamente levantado mientras cruzan por un paso de peatones delante de vehículos varios y personas que amablemente quieren ayudar; caer dentro de un jardín, ubicado en una avenida concurrida y golpearse el coxis con el codo de una tubería o chocar inexplicablemente la cabeza contra el retrovisor de un camión delante de la puerta de un instituto bajo las atentas miradas de una marabunta de adolescentes. También hay quienes tienen mala suerte con el fuego, los animales en general o con algún animal en particular, con la comida en mal estado, con las situaciones que dan vergüenza ajena, lo que es estar en el momento menos indicado; con productos de belleza y remedios caseros acompañados de unas indicaciones mal interpretadas; decir una palabra en el peor momento e incluso hay quienes tienen la maldición de la ropa, roturas, manchas inexplicables, prendas al revés o mostrar una parte del cuerpo sin tener la menor idea; o la del moquillo, tanto los propios como los ajenos.

Estas maldiciones llegan a formar parte de la personalidad, llegando a ser una característica notable de la persona, tanto que si nos piden una descripción de un individuo que padezca una maldición citamos la peculiaridad que le acompaña, como un dato importante a saber.

Pero hay una maldición que supera a todas las demás, una realmente espeluznante, capaz de nublar a los sentidos. La persona maldita siempre tiene que estar al acecho, vigilando su cabeza, sus espaldas y sus pies, procurando no ir a lugares determinados como calles oscuras, parques  o solares; observando todo lo que acontece a su alrededor para anticiparse a la maldición, aunque la mayoría de las veces no se consigue, porque es difícil de predecir. Es tan dura que provoca ataques de ira, la expulsión de palabras abominables por la boca que se hacen pedazos, sacudidas de algunas partes del cuerpo, movimientos faciales de desprecio; esta maldición condiciona a la persona a llevar siempre encima unas monedas ya que suele frecuentar los aseos de bares y cafeterías, además debe de aprovisionarse de papel, mucho papel, del tipo que sea.

Suele ser una maldición que se empieza a manifestar a edades tempranas, y se puede desencadenar justo delante de tu casa o al doblar la esquina, no miras al suelo y de repente la tienes debajo de los primeros zapatos que te compran después de años llevando calzado ortopédico, pues debajo de esos zapatos tan deseados está instalado el moñigo de perro más  grande que hayas visto jamás, y justo con ese blando y desafortunado incidente comienza la maldición. Luego en el parque la población de pájaros que lo ocupa, se pondrá de acuerdo para bombardearte con pequeñas y fulminantes defecaciones que se desparraman por tus hombros, por tu cabeza, y todavía te quedan horas para llegar a casa. Pisaras más excrementos, vayas a dónde vayas, te perseguirá el olor nauseabundo y el ambientador será tu gran aliado; también hay que tener cuidado con la infancia, es un sector donde corres riesgo, un infante puede meter sus deditos por un huequito del pañal para comprobar que lo tiene a rebosar, para a continuación pasar su dulce mano por tu pelo dejando restos  de lo que su cuerpo ha desechado. Los parques también son lugares de exposición, hay que mirar cinco veces el pedazo  de césped que quieres ocupar antes de sentarte, pero la maldición siempre te acompaña,  y te levantarás con un surullo pegado en el bolsillo trasero del pantalón, de lo que no te darás ni cuenta hasta que pasas la mano y encuentras la sorpresa del día, dejándote un aroma que por mucho que te laves no te abandona.

Es la maldición más apestosa y difícil de combatir; en la playa tampoco estas a salvo y a pesar de que este a rebozar de personas, la maldición te encontrará en forma de mojón flotando a tu lado o jugando con la arena, tu mano se puede convertir en un colador humano encontrando las heces enterradas de un perro de tamaño pequeño. Ni siquiera estas a salvo de ti mismo, hay que tener cuidado cuando por un motivo u otro tienes que defecar al aire libre, pues debes evitar hacerlo en un terreno inclinado, ya que posiblemente tus dedos u otra parte de tu cuerpo puede toparse con el resultado de tu esfuerzo, y algo importante que se debe evitar es limpiar la zona ponedora con hojas, será peor el remedio que la enfermedad, siempre rodeados de mierda.

La maldición de la caca sin duda es la peor de todas y combinada con otros productos y subproductos del cuerpo también es conocida como la maldición escatológica. Así que recuerda que si pasa una vez es una anécdota, si pasa dos  ya es mala suerte y si ocurre más de tres se convierte en maldición, y te acompañará toda la vida.


Licencia Creative Commons
Relato: "Maldita maldición" por María Vanessa López Torrente se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en http://relatosdelacolmena.blogspot.com.es/.