sábado, 26 de enero de 2019

El lunático



Una vez conocí a un Lunático, de La Luna.

Mi tren se retrasaba debido a un accidente, y no me valía la pena moverme de allí. Logré conseguir un sitio en la abarrotada cafetería de la estación, aunque esperé y esperé por un chocolate con torrijas. El ambiente estaba turbio, las voces se pisaban, casi todas las sillas estaban ocupadas por personas enfadadas, tristes, preocupadas y muy pocas que comprendieran que no había con quién enfadarse. Aquella tragedia había provocado un caos.

Hacía frío y viento, pero estaba ansioso por fumar, así que me abrigue bien, me armé de valor y salí. El aire te congelaba la cara, podías sentir el peso de las cejas y las pestañas, olía a humo, a quemado y pensé en el accidente mientras me encendía el cigarro protegido por un pequeño saliente de la pared. Me imaginaba el escenario, el amasijo de hierro deformado sobre las vías, el fuego consumiéndolo todo con la ayuda del viento, a los bomberos y a los sanitarios de aquí para allá, a los curiosos molestando y a las victimas muertas o heridas; el perturbador sonido de las sirenas se escuchaba desde mi fumadero y hasta mi ubicación llegaban pequeñas partículas de cenizas.

Ensimismado con mi morbosa imaginación no me había percatado de que no estaba solo. A dos metros de mi ubicación, estaba sentado un hombre, de mi edad más o menos, vestía camisa de manga corta desafiando al frío, pantalón vaquero y unas cholas...¡unas cholas! me imaginaba esos dedos como carámbanos al borde de la gangrena, pero no parecía nada incómodo, al contrario, se le veía bastante feliz.

El viento se fumó la mitad de mi cigarro, así que me encendí otro. Cuando me giré el hombre feliz estaba a mi lado, me dio un susto de muerte. Pensé que querría fumar, así que le ofrecí uno pero negó con la cabeza, clavándome sus ojos extremadamente saltones, y me volví a asustar. El hombre estuvo callado unos segundos, aunque a mí me parecieron horas, hasta que habló, y lo primero que me dijo fue “¿me das un abrazo?” Me quedé sin palabras, pero accedí, eché el cigarro a un lado y le di un fuerte abrazo y bajo mi sorpresa estaba calentito. Pensé que era uno de esos súper humanos que solo necesitan cinco horas de sueño y que son capaces de controlar su temperatura corporal. Fue un momento extrañísimo.

Cuando terminamos el abrazo, el hombre feliz me miró de arriba a abajo y me preguntó que era lo que sostenía entre mis dedos e inmediatamente un escalofrío recorrió mi cuerpo. Con voz de “no me lo puedo creer” le contesté. Él lo miró fijamente y me volvió a lanzar otra pregunta “¿se come?” Y ahí además de soltar una corta carcajada, tuve la certeza de qué algo en aquel hombre no estaba bien. Le contesté amablemente y apuré el cigarro todo lo que pude bajo su atenta mirada, y de verdad que parecía estar ante algo sumamente sorprendente para él por la expresión de su pálida cara, de verdad parecía que nunca había presenciado el acto de fumar. Y observando la profundidad de sus ojos, algo me hizo sentir que era inofensivo.

Le expliqué de que iba el tema, y también las consecuencias, lo que despertó en él otra pregunta “¿y por qué lo haces?” Me sentí estúpido y apagué mi tercer cigarro. Y para desviar el tema le pregunté sino tenía frío, si tenía alguna técnica para soportar aquella noche de invierno. Y él me contestó…

...” Soy un lunático de La Luna y mi piel esta preparada para todo, como las yamas ¿sabes? Allí o hace mucho frío o mucho calor, depende del lado dónde estés, podemos estar a -248 grados como estar a 123 grados, a veces es difícil, pero a todo te acostumbras”…
Me quedé sin palabras, lo primero que me vino a la cabeza fue que se había escapado de algún sanatorio. Pero como no tenía nada mejor que hacer y el tren no llegaba hasta el día siguiente según las predicciones de los responsables, decidí quedarme fuera y conocer  más a fondo a aquel encantador lunático de La Luna.

El hombre feliz me confesó que hasta ese momento nadie había querido hablar con él, que cada vez que decía de dónde era la gente se apartaba como si estuviera loco, así que lo animé a seguir con la conversación y le pregunté cómo era eso de vivir en La Luna, ansioso por escuchar su respuesta.

...”Pues verás, allí todo es más ligero, si en La Tierra pesas 60 kilos en La Luna pesas 11. Hay polvo por todas partes, ensuciando y ensuciando y se pega a todo, a la ropa, al pelo...pero los lunáticos hemos desarrollado está estupenda piel que además de estar a prueba de temperaturas severamente adversas, también es inadherente”… Aquí hizo una pausa para que le tocará, yo tuve que haber puesto la cara de ¿eh? porqué insistió varias veces ofendido; otro momento raro, de esos que si me lo hubieran contado por la mañana, seguramente me hubiera infartado de la risa. Pero cuando lo toqué, el tacto de su piel me resulto fascinante, parecía estar cubierto por una fina capa de plástico, no podía dejar de tocarla, tan tersa y resbaladiza. Y el hombre feliz continuo después de la sobada.

...”No salimos mucho de casa, bueno no son casas como las de aquí, realmente vivimos en los cráteres, de ahí mi palidez”...Se echó una risita y prosiguió...“Debajo de cada uno de ellos hay túneles y habitáculos provistos de todo lo necesario para la vida subterránea, tenemos generadores para la electricidad y más abajo galerías de agua congelada, en fin no se vive mal, es una vida sencilla. No hay locuras como las dietas o la moda, siempre vestimos igual. Dormimos doce horas diarias, y como poseemos una digestión muy lenta, solo necesitamos comer una vez al día. Y del tiempo que nos queda, dedicamos tres horas a la jornada laboral y las nueve restantes las destinamos a nuestro disfrute, lo que se traduce en hacer lo que nos da la gana”…

Aprovechando la pausa me encendí un cigarro, y mientras lo prendía llegué a la conclusión de que los lunáticos eran una versión mejorada de los terrícolas. Después del primer tiro, le pregunté el porqué se su visita a La Tierra ...”Vine a buscar semillas de arboles lunares, sería maravilloso tener arboles allá arriba”...se sacó una bolsita del bolsillo con dichas semillas, y recordé que uno de los astronautas de uno de los Apolo, llevó consigo semillas esperando que La Luna produjera algún cambio en ellas, al regresar a La Tierra las plantó pero simplemente crecieron arboles terrícolas. Por un momento pensé en contárselo, pero quién era yo para quitarle la ilusión después de un viaje tan largo, así que puse cara de sorpresa y me alegre por él, y justo en ese momento dejé de verlo cómo un posible demente y me lo terminé de creer del todo: era un verdadero lunático.

Quedaba poco para el amanecer, y quería preguntarle más cosas antes de entrar a la cafetería a desayunar. Me causaba una tremenda curiosidad saber cómo iba a volver a su casa …”En aproximadamente una hora comenzará una breve tormenta eléctrica, y un rayo temporal vendrá a buscarme, y está cerca”...y me señaló al fondo, a las montañas que ya estaban cubiertas por unos enormes nubarrones negros, dejando solo al descubierto sus afilados y desafiantes picos.

Y antes de que el hombre feliz partiera, le pregunté qué era lo que más le había gustado de su visita al planeta azul, y mirando al cielo con la cara del hombre más feliz del universo, me contestó ...”En La Luna no hay viento, no llueve, así que imaginate el susto que me lleve cuando vi llover por primera vez; estaba en una cafetería, llevaba apenas unas horas aquí, y de repente escuché un repiqueteo en la ventana, y todo el mundo entraba despavorido, como si estuvieran huyendo de algo horrible. Yo salí valiente para comprobar de qué o de quién huían, cuando sentí la primera lluvia de mi vida, y la primera bocanada de viento que la acompañaba; al principio me asusté pensando que ese agua que caía del cielo me iba a desintegrar, que el fuerte viento que soplaba me iba a enviar de vuelta a mi casa. Y cuando fui consciente de qué nada de eso iba a pasar, me di cuenta de que era lo más fascinante que había visto en mi vida, y la disfrute, vaya que si la disfrute: los charcos los salté todos, la probé una y otra vez, jugué con el barro, y me senté en un banco a observarla hasta que se canso, acompañado por los últimos alientos del viento que hacían que todo volara a mi alrededor”…

Miró hacia el cielo y cerró los ojos, supongo que para sentir su última ráfaga de viento, y antes de despedirnos y darme las gracias por tan grato encuentro, me dijo ...”Pero, antes de irme, he de confesarte que lo que más me ha gustado de mi visita ha sido ponerme estas cholas, llevar esta parte de mi cuerpo al aire me ha hecho sentirme libre, créeme si te digo que  la vida en cholas se vive mejor. Me voy con el desconsuelo de no poder llevármelas”… Con una gran sonrisa y un fuerte y cálido abrazo, nos despedimos y entré en la estación sin mirar hacia atrás, mientras se empezaba a escuchar el sonido lejano de los truenos.

Al cabo de dos horas, anunciaban por megafonía que mi tren estaba a punto de llegar. Cuando salí me invadía la curiosidad por comprobar si el hombre feliz seguiría allí o si por el contrario el rayo temporal ya había pasado a recogerlo. Y al llegar al lugar dónde nos conocimos encontré sus cholas chamuscadas, las cholas que había llevado un auténtico lunático de La Luna.




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