jueves, 25 de octubre de 2018

Mi primer día entre tiburones



Cuando me desperté no hubiera imaginado el día que me esperaba, el día que cambiaría mi vida para siempre.

Teníamos la cita a las nueve de la mañana. Yo como siempre, me dejé llevar y no hice muchas preguntas, me subí al coche y a pasear. Todo el camino estuve a mis cosas, entretenido con mis pensamientos, cuando empezamos a aparcar y mirando por la ventana me di cuenta que esa casa me sonaba y comencé a recordar...

...”Un día no recuerdo cuando (lo del tiempo todavía no lo controlaba), visitamos esa casa. Cuando nos abrieron la puerta y entramos fue como estar en la selva, miles de arbustos y árboles altos y con muchas hojas, y lo vi todo desde abajo muy abajo, y todo me parecía gigante, porque mis padres ese día consideraron que yo ya era mayor para ir caminando ¿¡mayor!? mayor es mi abuelo que siempre me lo decían: - ¡no le pegues a tu abuelo que esta mayor! Pero bueno en ese momento lo acepté y no les monte ningún numerito, la verdad es que estuvo bien ir por ahí investigando a mis anchas. Y caminando, caminando llegamos a otra puerta que estaba abierta y antes de pasar sentí un escalofrío, escuché vocesitas, un sonido que me recordaba al parque, si era ese sonido ¡niños llorando! eso solo significaba que pasaba algo malo, y yo sabía que eso no era el parque...Cuando entré me dieron ganas de llorar a mi también pero mis padres me cogieron de las manos y entramos los tres juntos, enfrentándose conmigo a todos aquellos niños llorando sin consuelo, y se podían oír entre suspiros las palabras que siempre nos salvaban: mamá y papá, y yo no entendía porque no estaban allí salvándolos, era una locura ¿por  qué los habían abandonado? Los miré con pena y un poco orgulloso porque mis padres si estaban, y no me iban a dejar allí...Llegamos a la sala dónde estaban todos reunidos, y de repente pusieron música y los llantos se dejaron de escuchar, pero solo un momento, porque al vernos se pusieron tristes otra vez...Allí habían tres señoras, y hacían cosas raras: cantaban, bailaban, cogían a los niños en brazos, les limpiaban la nariz, los abrazaban y pude ver con mis propios ojos que hacían magia, por que algunos dejaban de estar tristes...En esa misma sala nos paramos y me preguntaron mi nombre, y aunque yo lo sabía decir no quise y tampoco les di un beso, no me apetecía, pero no pasa nada por eso, yo no las conocía de nada y mis padres tampoco y no me gustaron sus caras, ni sus voces...Y cuando abrieron la puerta pequeña y pasamos, yo me quede quieto, observando a los niños, pegado a la pared, pero cuando se dieron cuenta de que yo estaba allí, comenzaron a mirarme, a acercarse, a decirme cosas que yo no entendía, y me tocaban la cara y las manos y me daban juguetes, y me chupaban, me sentía como el pez del cuento que mi abuelo el mayor me contaba: un pececito que vivía en un mar muy grande rodeado de peces, tiburones, medusas, pulpos y algunos más de los que no me acuerdo, porque aquello me parecía un mar muy grande ...Fue un momento que no me gustó, además olía raro y los juguetes que me gustaban ya estaban cogidos, en mi casa todos eran para mí...Mientras yo estaba allí con ganas de llorar y a la vez con ganas de jugar, mis padres hablaban con las señoras, y los cinco me miraban y me sonreían...Se despidieron y antes de salir por la puerta por mi propio pie, una de las señoras puso voz de dibujos animados y con esa voz me dijo “ádiooosss, nos vemos prontooo” y yo literalmente me hice caca encima”…

Y allí estábamos de nuevo, pero esta vez mis padres llevaban una mochila, la misma que llevaban a casa de mi tía cuando me quedaba con ella a dormir, me pareció raro, pero enseguida lo adiviné, después de la visita me llevarían a casa de tía, pero no fue así. Mis padres me iban a abandonar y antes de hacerlo me engañaron; primero hicieron como se iban a quedar, pero poco a poco se fueron acercando a la puerta, y yo me volví a sentir como un pecesito, agarradito a mi mochila entre peces grandes, ruidosos, llorones, enfadados, de todo tipo, y mire a mis padres, me acerqué a ellos pensando que nos íbamos y me dijeron que me iban a dejar un ratito allí (yo que sabía el tiempo que era un ratito), que me lo iba a pasar bien, pero allí muy pocos se lo estaban pasando bien, y pensé que si aquello era tan divertido ¿porque no se quedaban ellos?... ¡Me iban a abandonar! Me dieron el último beso y se fueron sonriendo, y yo me quedé pegadito a la pared al lado de una señora que  me decía que en un ratito volvían (y vuelta con el ratito) que habían ido a comprar galletas ¡imposible! yo siempre iba con ellos, tenía que ayudarles a elegir las mejores ¡no me engañé señora me han abandonado! (pensé, mientras me rompía la garganta llorando) Todos me miraban y algunos estaban contentos, aunque sus padres acabaran de abandonarlos, era muy difícil de entender para mí, me sentía como un pececito rodeado de tiburones.

Me senté en el suelo, de vez en cuando venía la señora a hablar conmigo, me animaba a jugar pero a mi no me apetecía, quería estar con mis padres, con mis cosas, con mis olores y no allí. Luego vi un coche rojo, con las ruedas grandes, de esos que si los ruedas hacia atrás salen disparados, y al verlo libre me atreví a cogerlo y me volví a sentar. Pero yo quería ponerlo a caminar, pero si lo hacía me tenía que levantar para recuperarlo, y no pude hacerlo, estaba clavado en el suelo con la mochila puesta que era mía y solo mía y ninguno de esos niños me la iba a quitar.

No sé cuanto llevaba allí abandonado, ya me había cansado de llorar, me di cuenta de que no servía para nada, cuando la señora me ofreció medio plátano y lo cogí rabioso y no me lo iba a comer, pero parecía estar muy bueno, así que lo probé un poquito y terminé comiéndomelo entero. Luego se hizo un silencio y todos empezaron a beber agua a la vez, supuse que se estaban aclarando la garganta para seguir llorando, y la señora cantó una canción, una de una mano que sale y se va y no se qué más, cuando de repente aparecieron mis padres y yo me emocioné tanto, tanto que me puse a llorar de la alegría ¡no me habían abandonado! Y la señora fue a despedirse de mí, y con la voz de dibujos animados me dijo ¡nos vemoooss mañanaaaa! Y yo me enfadé.

Y pasaron muchos mañanas, y cada día me fue gustando más, y me di cuenta de que los papas desaparecen pero siempre vuelven a aparecer. Estar allí era como estar en un gran océano y poco a poco comencé a sentirme como pez en el agua, rodeado de pulpos, medusas, tiburones, caballitos de mar y otros pececitos como yo, pero aunque éramos diferentes como nos decían las señoras, formábamos parte de un equipo dónde nadábamos al mismo son, y después de algunos mañanas, cuando dejé de resistirme y me tiré al agua, fue cuando mi vida cambió y comencé mi camino para hacerme mayor, y comencé a entender pasito a pasito la vida que había fuera de mi casa, sin mis padres, aprendí a compartir, conocí la empatía y a la señora frustración (la que me hizo enfadarme y llorar muchas veces)...porque ser pequeño, a veces es muy difícil.

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lunes, 8 de octubre de 2018

Mundo y Compasión



Mundo y Compasión llevaban juntos mil vidas, que digo mil vidas, un cuatrillón de vidas, se conocían de siempre y para siempre. Cuando uno se estremecía él otro lo hacía, si uno empezaba una frase él otro la remataba y si uno sufría él otro también. Si Mundo se desmoronaba ahí estaba Compasión para sacarlo de su desidia, y cuando Compasión se perdía, que solía ser a menudo últimamente, Mundo la encontraba.

Aunque no trabajaban juntos,formaban parte de un equipo interdisciplinar y lo que le ocurría a Compasión le salpicaba a Mundo, y a la inversa. Hacían un buen equipo, se pueden contar con los dedos de una sola mano las veces que estuvieron en desacuerdo, siempre fuertes ante las adversidades, siempre resolutivos.

Mientras la vida pasaba en llano, en subida y en bajada, con curvas y obras, y Mundo comenzó a cambiar. Su trabajo era complicado y requería de mucha energía por su parte, debía organizar, garantizar, hacer y deshacer, y lo que más detestaba: devolver a las acciones sus consecuencias. Mundo estaba agotado, moralmente afectado como nunca, soportaba mucho peso en su espalda, en su nuca y en su corazón, y se volvió distante, malhumorado y se convirtió en un simple observador del derrumbamiento de tantos años de trabajo y el colapso de su interior. Poco a poco se volvió sucio, desordenado, ruidoso, quejica, se paseaba por ahí con un traje gris, mirando sin mirar, tropezando cada dos metros con la misma piedra: Mundo estaba perdido en la más absoluta desidia.

Compasión intentaba animarlo, como siempre, cuando uno se caía el otro lo recogía, y sin mediar palabra abría las ventanas para que mirara sin mirar, para que respirara sin respirar y sabía que dijera lo que dijera, no iba a servir para nada. Así que se le limito a sujetarle las manos, acariciarle el pelo y darle consuelo cuando se despertaba inundado, y espero con calma.

Paso y paso el tiempo y Mundo empeoró. Comenzó a padecer dolores a diario, sus piernas habían perdido fuerzas, las palmas de sus manos se agrietaron, se sentía agitado, revuelto y cayó en un pozo muy profundo. Pero Compasión confiaba en él y en su no muy lejana recuperación, estaba convencida de que tocar fondo lo ayudaría a reinventarse, a volver más fuerte para arreglar  lo que se rompió, a recordar lo que se fue al olvido, a despertar como un volcán dormido y volver a ser él de siempre, aunque sabía que cargaría con cicatrices muy profundas, un corazón algo delicado y una vejez prematura.

Mientras, Compasión seguía con sus rutinas laborales y sus estrictos horarios, lo que le ocupaba mucho de su tiempo aunque le apasionaba dedicarse al altruismo, siempre con la sonrisa puesta. Su energía desprendía comprensión, generosidad y paciencia y era increíblemente rápida hallando soluciones. Miraras dónde miraras ahí estaba, escuchando, aconsejando, ejerciendo de orientadora, ayudando a comprender a los heridos y a empatizar a las personas grises, ya fuera en un semáforo, apoyada en una farola, haciendo cola, en la guagua, paseando por cualquier calle, por cualquier avenida. Pero se estaba volviendo complicado, debía de emplear más tiempo y esfuerzo, estaban más ciegos, más sordos, y comenzaron  a abundar los días  decepcionantes, nadie quería verla, a nadie le interesaba escucharla. Y en esos días Compasión se sentaba, inhalaba y exhalaba, se sujetaba las lágrimas con las manos, y elaboraba una lista mental sobre las cosas buenas y las malas, y siempre la primera era más larga, así que resurgía de sus cuclillas y se levantaba más fuerte, empujada por la adversidad.

Cuando llegaba a casa, todo eso lo dejaba atrás y se centraba en Mundo, su Mundo. Solo su presencia provocaba en su semblante la sonrisa más genuina, la que guardada para ocasiones especiales, y encontrarse con él siempre era una de esas ocasiones. Antes del beso de bienvenida, hacia una pausa y le preguntaba por su estado de ánimo y él le contestaba llevando la mirada al suelo y negando con la cabeza, a lo que ella respondía con un ¡siempre te esperaré!

A él le gustaba que le contara su día, y ella se lo transmitía con tanto entusiasmo maquillando la nauseabunda realidad, que conseguía sacarle a Mundo una insinuante sonrisa, lo que era buena señal, comenzaba a volver el color azul a sus ojos. Poco a poco comenzó a dejar a un lado su traje gris, poco a poco se volvió a sentir escuchado, valorado, comenzó a sentir esperanza de nuevo, a creer en él mismo, aunque era consciente de que de lo perdido poco se podía recuperar. A Mundo, le quedaban solo algunas piedras por escalar de aquel pozo en el que se había sumergido e iba a necesitar a Compasión más que nunca.

Aunque todavía quedaba algo de tiempo para que Mundo volviera al trabajo, Compasión comenzó a prepararlo todo. Trabajó horas extras, se esforzó hasta el límite de sus fuerzas para conseguir más oyentes, más miradas y lo logró, pero a medias. En algunas partes el ambiente estaba melancólico, conformista, derrotista, y como expulsado por un spray iba propagándose por todas partes. Necesitaba que Mundo volviera más que nunca.

Aunque él todavía estaba débil, fue inventariando lo que si podía arreglar, y contempló las enormes perdidas, y tuvo que echar la culpabilidad a un lado aunque toda la responsabilidad no era suya. Él fue responsable por abrirles la mano, por consentirlos y malcriarlos, era responsable de no parar la necesidad de inmediatez, de destruir para construir, de construir para destruir, y simplemente miró para otro lado hasta que empezó a dolerle. Ahora él había cambiado, nunca volvería a ser el mismo, esta vez se había propuesto equilibrar la balanza, todas las acciones tendrían sus proporcionadas consecuencias.

Y cuando se acabaron los monzones, Mundo resurgió. Salió del pozo, fresco, con ganas, curado de lo curable, resignado con lo incurable, positivo pero cauto, menos sensible, con las ideas claras, no estaba en lo más alto pero casi y salió a enfrentarse a si mismo. Y se dio cuenta de cuanto había maquillado Compasión la realidad, pero no la podía culpar, ella era así, para ella siempre había una gotita de esperanza.

Mundo subió y subió para contemplarse desde arriba, y su estado era deplorable, estaba seco, deforestado, lleno de cementerios y muros, de ruidos y cambios, el cielo había cambiado, el aire había cambiado, se notaba turbio y enfermo, él apenas se reconocía. Sobre aquella cumbre se quedó dos días con sus dos noches, sopesando que hacer y cuando estaba a punto de tomar la decisión de no hacer nada, de dejarse hasta que vivir con él fuera insoportable y desvanecerse entre las grietas incurables de su cuerpo, sintió a Compasión e hizo que Mundo se girara hacia el otro lado de la montaña. Y su ropa se tornó verde, y de sus ojos comenzaron a brotar cataratas que inundaron toda la ladera, los bosques, los campos de cultivo, y como una veleta giro en la dirección de todos los puntos cardinales derramando litros de lágrimas, sintiendo como se terminaban de curar algunas de las grietas de su cuerpo, sintiéndose fuerte, dueño de sí mismo, mientras Compasión lo observaba desde abajo. Mundo definitivamente había vuelto.

Y como lo hizo el aire, sus vidas cambiaron. Ella tuvo que buscar otro trabajo para las tardes, y a él le diagnosticaron una enfermedad crónica, pero no se rindieron, porque Mundo tenía a Compasión y Compasión siempre acompañaría a Mundo. Juntos todo era posible, juntos todo era mejor.




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viernes, 13 de julio de 2018

El combate



Quedaban pocos días para el combate del año, y el evento había causado  muchas expectativas. Los aficionados estaban eufóricos, las apuestas estaban bastante reñidas y la publicidad echaba más leña al fuego.

Y el día del espectáculo llegó. Cinco horas antes del combate, la algarabía de la muchedumbre daba la vuelta al estadio, hasta que comenzó a sonar “Highway to hell”, que en cuestión de milésimas de segundo hizo que el público pasara de pisarse las palabras, a saltar y a reproducir la letra de la canción. De lejos parecían bailarines Masai.

Cuando las puertas se abrieron, el recinto se convirtió en un hormiguero, y una  hora y media después las gradas estaban repletas, la música seguía sonando y el fervor del público agitaba los cimientos hasta que, la intensidad de las luces  bajó levemente y la música dejó de sonar. Un silencio absoluto se apodero del recinto, el cuál rompió el maestro de ceremonias dándoles la bienvenida, lo que produjo de nuevo el despertar de las bestias, que se rompieron en aplausos, gritos, silbidos, bocinas, algo espectacular. El presentador colocado bajo un foco sobre el rin, calmaba a aquellos adultos infantilizados aconsejándoles que dejaran fuerzas para el combate, y después de unas palabras de agradecimiento, y de comentar la trayectoria de los boxeadores, se hizo la luz y todos los allí presentes volvieron a explotar en aplausos.

A continuación, el momento más esperado, la antesala del combate del siglo. El árbitro, colocado ya en el centro del rin, micrófono en mano, anunciaba al primer púgil…”¡¡¡¡ a mi izquierda, con un peso de 65 kilos...Eeeeellll Realistaaaa!!!!” Y sus admiradores se pusieron en pie, alborotados por la emoción…”¡¡¡¡y a mi derecha con un peso de 63 kilos…Eeeeellll Soñadoooor!!!!”...Ovación, maremoto, el recinto ardía en fiebre.

Los púgiles chocaron los guantes y cada uno se dirigió a su esquina para recibir los últimos consejos de sus entrenadores, mientras el árbitro enumeraba las reglas del combate que duraría seis asaltos. Y bajo la tensión palpable de los allí presentes, sonó la campana...Comenzaron el combate analizándose, examinando sus posturas, sus gestos faciales, cada uno de sus movimientos, cuando El Realista sorprendió a su contrincante con un golpe bajo de razonamiento, el acertijo del hombre solitario…”Un hombre vivió solo en una casa durante dos meses. No recibió visitas y nunca salió de la casa. Al final de los dos meses enloqueció. Una noche apagó el fuego y las luces y salió de la casa. Como consecuencia de su ida murieron 90 personas ¿Por qué´?” Después de unos segundos El Soñador cayó derrotado al suelo al no dar con la respuesta, levantándose antes de que el árbitro terminara de contar, dándole a su contrincante el primer asalto.

Después de unos breves minutos dio comienzo el segundo asalto, bajo la tensión que cortaba el aire en el recinto. Los boxeadores parecían bastante concentrados, desafiándose con la mirada, pero esta vez fue El Soñador quien sorprendió al realista con un golpe en el pecho desprotegido de su oponente: una metáfora…”Coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto, antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre”…El Realista parecía exprimirse la cabeza, intentando traducir el golpe metafórico, pero no salió nada de su boca y se dio por vencido bajo la mirada de su contrincante y la decepcionada afición.

Antes del tercer asalto, mientras se refrescaban, ambos pensaban en su siguiente golpe. El Realista lo planificaba y El Soñador creaba nuevas combinaciones de ideas, y llegó el tercero. Durante casi un minuto estuvieron dando vueltas por el rin, cuando El Soñador tomó la iniciativa, golpeándolo en la barbilla con el siguiente dibujo:


A pesar del esfuerzo del Realista por adivinar que representaba aquel dibujo, no lo consiguió. Comenzó a tambalearse sorprendido de sí mismo por no dar con la respuesta y cayó al suelo con todo su peso durante unos segundos.

El Soñador lucía una enorme sonrisa, y El Realista después de recibir los consejos de su entrenador, en su cara apareció una cínica sonrisa…y sonó la campana, a por el cuarto asalto. Ambos se miraban desafiantes, apretando las mandíbulas, moviéndose de un lado a otro, hasta que El Realista le soltó un gancho de izquierda con un juego de ingenio, “Transformación”…”Soy una bebida…cambia una letra y me convertiré en un árbol, cambia una letra y me convierto en el suelo de tu casa, cambia una letra y encontraras el camino entre las montañas, cambia una letra y podrás beber lo que originalmente fui…¿qué era y en que me he transformado?”…El Soñador quedo perplejo, mudo, desconcertado, dándole el cuarto asalto a su contrincante.

Ambos agotados, se reunieron con sus entrenadores, mientras el público recibía tandas y tandas de anuncios publicitarios. Después de un breve tiempo, comenzaba el quinto asalto. En el rin se notaban las bajas energías, pero ahí estaban los dos dándolo todo, mareándose el uno al otro, hasta que El Soñador sorprendía por tercera vez con un golpe bajo, dentro de la legalidad, un izquierdazo de memoria visual: en un tiempo de 15 segundos le mostrarían 20 imágenes y el reto era recordar al menos 11, pero no pudo, era demasiada presión, y se rindió ante la memoria del Soñador, que iba en cabeza 3 asaltos de 2.

Ahora sí que si, había llegado el momento decisivo. El público al borde de la histeria colectiva, los entrenadores con los nervios desorbitados y los púgiles realmente extenuados, pero con ganas de pelear por la victoria. Y comenzó el sexto y último asalto.

Los dos oponentes comenzaron a dar vueltas por el rin, haciendo tiempo, esperando la inspiración para el golpe perfecto. Después  de tentarse varias veces, paso algo impensable…los dos boxeadores se atacaron con furia a la vez, uno por la izquierda, el otro por la derecha, pero El Realista por milésimas de segundos golpeó primero con un acertijo…”Dos hombres están jugando al ajedrez. Jugaron 5 partidas, cada uno ganó 3 ¿cómo  es posible?”…Y los dos cayeron.

El público enmudeció, y los boxeadores yacían en el mullido suelo del rin, apenas sin moverse. El Realista organizaba mentalmente la situación, estrujando a su hemisferio izquierdo y El Soñador analizaba sus sentimientos y sensaciones del momento con la ayuda de su hemisferio derecho. Por fin el árbitro intervino, sacando al público del mutismo bajo el que estaban y los púgiles se levantaron con algo de dificultad volviendo al presente.  El presentador subió al rin con mucho entusiasmo para anunciar junto al árbitro, levantando ambos los brazos de los boxeadores, el final del combate que se declaraba en empate.

Y es que el evento más esperado del año no podía terminar de otra manera, porque un realista necesita de un soñador y un soñador necesita de un realista.

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martes, 10 de abril de 2018

Contigo


Contigo nunca es tarde ni temprano, nunca hay prisa ni cabida para el aburrimiento,  con tu sola presencia me siento pleno, distraído y haces que mis pensamientos respiren. Tropezarme contigo siempre es un placer.

Me gusta como radiografías todo lo que pasa por tus ojos, la forma que tienes de enseñarme el mundo, de arreglarlo o disfrazarlo, y jugar a las adivinanzas, jugar a suponer situaciones inverosímiles sobre todo lo que pasa por delante de nuestras cotillas miradas. Me gusta la forma que tienes de describirme los edificios, las máquinas, los animales o simplemente una sombra en la pared o una nube diferente. Me gusta el giro poético que le das a las inclemencias del tiempo o al sol fatigante del verano, cuando ya no puedo más.

Contigo me gusta observar los paseos, los rostros, la moda, las luces de las viviendas aún encendidas o los coches saltando ligeramente por los baches de la carretera. Me gusta que busquemos los pequeños detalles que les dan sentido a los grandes, ponerle voz a un bebé que llora o escuchar al viento refunfuñar con los arboles.

Me conmueve ver cómo te regocijas con los primeros rayos del sol y como te acurrucas con los últimos rayos del día, como un gato recibiendo al sirviente al que le  hace creer que es su amo, cuando en realidad está a su merced. Me gustan tus amaneceres y atardeceres, sentir el viento a tu lado, el frío en las mejillas, mientras oteamos el horizonte o nos desconsolamos mirando las estrellas.

Contigo puedo hablar de cualquier cosa, a cualquier hora, sin medida, ya sean simples tonterías o ruidos existenciales, y aunque no siempre me ayudas a dar con las respuestas a las preguntas que a veces te traigo, me voy de tu lado con la sensación de haber solucionado la mitad, lo urgente, lo importante ya se solucionará.

Me gusta cómo me arreglas la ropa, me peinas o me despeinas, como colocas mis lunares, y como en cuestión de segundos haces que tenga una versión mejor de mí. Eres la compañía perfecta para un leche y leche o una cerveza, para escuchar las mismas canciones una y otra  vez, y no importa el lugar que nos rodee, ni la luz que nos ilumine, ni la oscuridad que nos envuelva, a tu lado siempre reflexiono, me conmuevo o me sorprendo.

Siempre es un placer ver la vida pasar a tu lado…y no me importa si eres redonda, cuadrada o rectangular; si estas hecha de piedra, madera o de aluminio, si eres grande o pequeña, si eres zurda o diestra. No me importa si tienes cristales gruesos, finos o de colores, e incluso si están ausentes o rotos; no me importa si tienes barrotes, baranda o enrejado, si eres alta o bajita, si estas en movimiento o quieta. Y no me importa hacia dónde estés orientada, ni lo que me quieras ocultar o enseñar…porque siempre, querida ventana, es un placer ver la vida pasar a tu lado.




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miércoles, 28 de febrero de 2018

El diario



27 de abril

Comienzo este diario por recomendación de mi terapeuta, y la verdad es que no sé por dónde empezar, porque no estoy seguro de cuál fue el principio.

Aunque tengo que confesar que me da miedo escribir, me causa terror leer las palabras que escupe el bolígrafo, dudo de mi mismo, no sé si me habré curado aunque en un papel ponga que sí, y yo lo haya verbalizado.

Me hago adicto a todo, todo cuanto hago me engancha de una forma poco sana: escribir, leer, comer, lavarme las manos o los dientes, recortar, dibujar aunque no se me dé bien, ganar, a cualquier deporte, caminar, cocteles de anfetaminas y pastillas para dormir …entre otras muchas cosas, y he de confesar que algunas de ellas me provocan vergüenza. Pero lo último acabo conmigo, tanto que la adicción me quitó semanas de sueño, lo que me indujo al principio de todo esto, que no recuerdo. Mi terapeuta dice que es amnesia selectiva, espero no engancharme a esto también.

30 de abril

Todo empezó por una lista de la compra. Comencé a escribir en un pedazo de papel lo que necesitaba para sobrevivirle al mes, y sentí un desconocido placer observando las curvas y rectas de las letras, sus imperfecciones, sus variados tamaños; sentí placer en las manos, en los dedos e incluso tuve una erección disfrutando del suave deslizamiento de la punta del bolígrafo en el papel, sin esfuerzo, sin prisas.

Cuando me di cuenta, había escrito la lista de la compra para un año entero, y a partir de ese momento no pude parar de escribir. Comencé a copiar libros, artículos de periódicos, panfletos, prospectos de medicamentos, recetas; hacia listas de todos los verbos que me venían a la cabeza y luego los ordenaba según su conjugación o listas de nombres propios que ordenaba alfabéticamente. Escribía en todas partes, mientras caminaba, en servilletas, en  mis brazos y manos, en los manteles de papel de las cafeterías, en las tapas de los libros, y cuando me quedaba sin papel, escribía en las paredes, en el suelo, en el techo, en las suelas de mis zapatos. En mi casa no quedaba hueco para una palabra más. Pero seguí y seguí: me volví adicto a la escritura, pero tanto derroche de tinta no me convirtió en escritor.

4 de mayo

Tengo que intentar recordar que ocurrió después de la lista interminable de la compra. Sé, que después de la adicción a la escritura me hice adicto a otra cosa, pero por mucho que medite, que rebusque en mis recuerdos no logro dar con ello. La terapeuta me recomienda, como último recurso la hipnosis, pero esa idea no me motiva.

5 de mayo

Hoy me he despertado con un nombre de mujer en la cabeza “Elena”, y al recordarlo me dolieron las plantas de los pies. Me descalce y tengo cicatrices de quemaduras de cigarrillo y no sé por qué, solo sé que Elena tiene algo que ver.

Recordar su nombre me hace sentir bien, reconfortado, feliz, solo decir su nombre en voz alta provoca firmezas en mi entrepierna, y sentir el dolor que había omitido mi sistema nervioso hasta ahora, me causa placer. Quizás tuve una noche de sexo sin límite, y si fue así que lastima no acordarme.

10 de mayo

Sigo despertándome con su nombre en mis sueños, y con el dolor de las quemaduras aunque ya se han cicatrizado. No avanzo. Estoy un poco frustrado, pero la terapeuta me pide paciencia. Ella tiene la respuesta pero quiere que la encuentre yo mismo, que ya sabré el porqué.

Por mucho que escudriñe en mi memoria, no encuentro nada, tampoco tengo prisa, no tengo a dónde ir ni a quién recurrir, supongo que me habré hecho adicto a la prisa. Tengo que tener paciencia. Mañana es otro día, quizás diferente.

13 de mayo

Hoy mi madre cumpliría 86 años, la echo de menos.

17 de mayo

Hoy me despertó la lluvia tocando en mi ventana insistentemente, y con el recuerdo de Elena más claro. Recordé que la había conocido en una librería, una que suelo frecuentar bastante por su variada colección, pero no recuerdo que estaba buscando, algo concreto seguro porqué siempre voy a tiro hecho.

23 de mayo

Llevo varios días despertándome de madrugada, pensando en ella, y por fin comienzo a recordar…

Buscaba un libro sobre masoquismo, me lo recordaron los cortes de mi lengua, y encontré a Masoch, más bien ambos lo encontramos. Yo ya me había hecho adicto al dolor, bueno no al dolor en sí, sino al alivio posterior: me hacia cortes, explore con auto-asfixia, experimente con agujas pero necesitaba algo más.

Después de una inusual conversación, nos intercambiamos los teléfonos.

27 de mayo

Recuerdo nuestras conversaciones telefónicas, nuestros planes, y poco a poco fuimos cogiendo confianza, hasta tal punto que estábamos preparados para el siguiente paso.

Nuestro primer encuentro fue sublime. Estuvimos colocados de dolor un fin de semana entero. Tuve que utilizar maquillaje para que no se me notaran los golpes, quemaduras y cortes, pero valió la pena.

Los encuentros posteriores fueron cada vez más brutales: cadenas, látigos, fustas, esposas, pequeñas herramientas, collares de castigo, consoladores, cuero, látex, humillaciones tanto físicas como verbales e incluso llego a ejercer pequeñas descargas eléctricas en mis testículos…

Estos recuerdos me dan ganas de irme ya a la cama.

30 de mayo

Los sueños son cada vez más claros…

Elena y yo continuamos investigando. Llevamos el Bondage hasta el límite, utilizando gomas que nos provocaban quemaduras y orgasmos espontáneos. Recuerdo un día en el que me golpeó tan fuerte, que perdí la conciencia por unos minutos y aunque me da vergüenza admitirlo, me desperté con ganas de más.

2 de junio

Con Elena todo valía, no recuerdo un “no” de su boca.

Nos hacíamos perforaciones en la piel con agujas de diferentes diámetros y bañábamos las heridas con sal. Reconozco que a veces me sabía a poco. Estaba sediento de alivio, mi adicción se estaba haciendo con el control de mi voluntad.

10 de junio

Ya sé porqué estoy aquí. Cometí un acto imperdonable.

Yo frecuentaba mercadillos en busca de objetos que me sirvieran para jugar con Elena, y encontré unos electrodos que daban pequeños impulsos eléctricos con un mando para controlar la intensidad, y me lo compré. Un juguetito nuevo.

Hasta ese momento, en casi todos nuestros encuentros yo jugaba en el papel de pasivo, ella era la sádica, la que me sometía, pero a ambos nos apetecía cambiar los roles.

Ese día llovía y ella estaba esplendida. Bajo el abrigo llevaba un mono entero de látex que le marcaba cada curva, cada excitante imperfección, todo en ella me provocaba adicción. Para quitarle la prenda tuve que usar aceite y me llevo un buen rato. Luego la até de brazos y piernas, dejándola inmovilizada.

El pulso me iba a mil por hora, salivaba profusamente y deje que el líquido de mi boca cayera sobre su aceitoso cuerpo. A continuación, perforé pedacitos de su piel con agujas, lentamente, observando la expresión de su cara, la coloración que aparecía alrededor de los pinchazos, y mientras apretaba sus pechos con gomas elásticas, ella me retaba a que fuera a más. Le rodeé el cuello con una media y la apreté ligeramente, mientras apretaba sus pezones hinchados por la presión de las gomas. Y ella imploraba más dolor.

Después de fustigarla, le fui sacando poco a poco las agujas, le desaté las piernas y la penetré ligeramente, para continuar con la acción; la coloqué de lado y le volví a atar las piernas. La situación había llegado al clímax idóneo para sacar mi nuevo juguete. Lo conecté y algo ansioso, le coloque los electrodos en las nalgas y cerca de los genitales y le apreté más la media del cuello; ella confiaba ciegamente en mí y yo en ella, pero yo no debería haber confiado tanto en mí, en un adicto.

 Mi mente estaba desbocada, me notaba los ojos inyectados en sangre, tenía la imperiosa necesidad de hacerle daño, había cruzado la línea. Sin pensarlo, sin avisarla, saltándome los códigos, le apliqué corriente, y ella comenzó a contorsionarse, a gritar de placer y yo me volví loco. Me convertí en un sádico despiadado y aumenté la potencia, quería que gritara más, que sufriera más…y su corazón sucumbió…

Cuando nos encontraron, ella seguía atada, y yo desnudo llorando sobre su fría piel, desvariando, rodeados de sustancias expulsadas  por nuestros cuerpos, supongo que para los sanitarios y el casero habrá sido una imagen difícil de olvidar.

Ahora entiendo a mi terapeuta, no lo hubiera creído si me lo hubieran contado.

Así que estoy dónde merezco estar, atormentado por las imágenes de lo que hice, sintiendo el dolor de las heridas cicatrizadas, en una sala vacía sin nada adictivo con lo que alimentar a mi personalidad.





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Relato: "El diario" por María Vanessa López Torrente se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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