domingo, 30 de agosto de 2015

Deseo


Estuve con ella toda mi vida, en su cuerpo, en su boca, en sus deseos más oscuros. Al principio me conformaba con dejar volar mi imaginación de rato en rato, pero mis pensamientos querían vivir en ella, hacerse realidad sobre su cuerpo, dominar su mente que tantos placeres me causaba.  Mis secretas cavilaciones me mortificaban como un cuentagotas, repiqueteando en el sumidero que era mi cerebro, torturándome día y noche.

A pesar de mis apetitos, ella era un deseo prohibido, y yo me resigne. Aún teniendo mis deseos a raya, y convertirme en el satélite de su vida, mi conformismo no  estaba de acuerdo. Iba totalmente en contra de mi esencia, de mi naturaleza, de los vestigios adolescentes  y de esa sensación de libertad infantil que te empuja a ir a por todas, sin importarte las consecuencias. Pero ahí estaba la consciencia señalándome con el dedo, acusándome de inmoral.

Me hice un experto, cosa que me ayudo en otros aspectos de mi vida,  a  disimular la dulce ansiedad que me causaba solo verla  llegar. Y seguí siendo un conformista de mentira, fiel a mi consciencia y con la eterna duda, pero feliz, porque tenía la absoluta certeza de que ella era el segundero que le  faltaba al destartalado reloj que era mi vida. Era difícil y agotador mantener a mis impulsos encerrados en un cuarto oscuro, castigados de por vida.

En la intimidad de mis pensamientos, comenzó a crecer un dilema. Solo una vez, si solo pudiera tenerla una vez, posiblemente se desvanecería el deseo, quizás así podría controlar mis instintos por diez años más, pero ¿cómo acceder a ella? Me imaginaba vomitándole la proposición, abalanzándome sobre su cuerpo, haciendo desaparecer su ropa con la  velocidad de un tornado, saciando mi curiosidad, que en parte era la  culpable de todo. Me moría por conocer el  tacto de su piel, sus besos y descubrir el cuerpo que me había imaginado tantas veces en mi soledad.

No me sentía desdichado, porque tenerla la tenía,  aunque no como yo quería. Ella era la forma más bonita que me dio la vida, para saber que no todo lo podía tener. Pero no le hice caso a la vida, porque a veces y solo a veces no siempre tiene la  razón.

Cuando estaba con ella mi fachada era la de un edificio nuevo, firme en sus cimientos, con balcones grandes llenos de vegetación, los cristales limpios de las ventanas reflectando los rayos del sol, mientras por dentro estaba destartalado, el ascensor no funcionaba, la barandilla de las escaleras a punto de caerse y las paredes pidiendo  a gritos una mano de pintura; y poco a poco la humedad corroe la estructura, y como el inmueble estoy a punto de desmoronarme en el interior.

De alguna manera tenía que quitarme un poco de peso de los hombros, ya empezaba a caminar de forma extraña, así que fui dejándole miguitas de pan. Le llené un río de nubes, desde el fondo hasta la superficie, de orilla a orilla, y en toda su longitud; le planté un campo de girasoles para que lo viera desde su ventana; le llené paredes enteras de palabras y le hice un cielo en la tierra con estrellas de mar, sin decir para quién eran. Fue un desahogo, pero seguí siendo su satélite, siguió siendo mi deseo, y de nuevo volví a sentir el peso.

Mis pensamientos eran cada vez más lascivos, y muy insistentes, demasiada presión. Así que por mi salud, por mi bienestar emocional y físico, lo iba a hacer. Saqué el valor de un huequecito dónde estaba escondido y le impuse trabajo duro, aumento de la masa muscular, fortalecimiento de piernas y brazos, y si lo comparo con una escalera de treinta peldaños, conseguí colocar a mi valor en lo más alto.

Pletórico fui en su busca, con mi objetivo claro, sin dudas, sin tener en cuenta las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer.

Cuando la tuve delante, sin mediar ni el más mínimo sonido, salté los treinta peldaños, y todo fue infinitamente mejor de lo que mi imaginación me había dicho que sería. Sus pechos se convirtieron en el antojo de mis manos, y mi boca se pego a la suya con la intención de no separase jamás. El  tiempo y el espacio se convirtieron en su cuerpo, dónde derrame todos y cada uno de mis pensamientos. Tenía tanto deseo acumulado en mis pupilas, que provocaron el big-bang en mis ojos, dejándome ciego unos minutos. Tarde horas y días para saciar al gran estómago que era mi cuerpo, porque solo me apetecía ella.

Y cuando llegó el momento de bajar los pies de la cama y tocar el suelo frío de  la realidad, fotografié su cuerpo en blanco y negro, sus medidas, sus curvas y la guarde en un sitio privilegiado de mi memoria, para volver a convertirse en un deseo prohibido.

Durante mucho tiempo para calmar mi sed, me recreaba imaginando su torso  desnudo, sus ojos mirándome sin pestañear  mientras colocaba sus piernas alrededor de mi cintura, para concederme uno de mis deseos. Y fue un error sacarlos a pasear de vez en cuando, porque dentro de mí fueron creciendo deseos aún más fuertes, pensamientos  que hablaban más alto, y peso mucho peso. Aquello había sido simplemente la primera dosis de  una vacuna triple.

Quería mi segunda dosis, me sentía con derecho, como si me lo hubiera prescrito el médico, y sin ningún tipo de pudor volví a  saltar los treinta peldaños, y aún hoy sigo sin tener las palabras para explicar lo que ocurrió durante aquellos días de cura preventiva.

Esta  cosa nuestra perdura en el tiempo, a pesar de las personas que vinieron y se fueron de nuestras vidas, y de aquellas que se quedaron.

Las ganas siguen apareciendo en mis pupilas solo con verla llegar, porque no hay deseo que perdure más que el prohibido.

Licencia Creative Commons
Relato: " Deseo " por María Vanessa López Torrente se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en http://relatosdelacolmena.blogspot.com/.