jueves, 24 de septiembre de 2015

Pánico




A pesar de que era pequeño, recuerdo el escalofrío que recorrió mi cuerpo cuando nos encontramos por primera vez. Mis padres me la presentaron cuando nos mudamos de casa, y se convirtió en una amiga inseparable de la familia, aunque yo desconfiaba de su amistad.

Aunque con los años aprendí que la primera impresión no es la que cuenta, la que ella me transmitió no fue muy positiva, por no decir nada. Le cogí manía desde el principio, y la evitaba siempre que podía. A veces es muy difícil cambiar la opinión que tienes de alguien, y yo ya la había etiqueta como no-grata, antipática, fría y calculadora. Cuando pasaba a su lado me daba grima solo pensar que podía rozarme con ella; su sola presencia me causaba un susto tremendo, ese aspecto frío, como de muñeca de porcelana, mirándome fijamente, esperando a que yo diera el primer paso y le abriera los brazos de par en par, pero me resistía como un pulpo agarrado a la roca.

Su voz era espantosa, hacia mucho ruido, tenía la necesidad de que todos los habitantes de la casa supiéramos que estaba allí, en nuestras vidas, viviendo con nuestros secretos más íntimos, conversaciones, penas, alegrías y dolores. Era como una espía infiltrada en mi hogar, en mi corazón, que cada vez que la oía o sentía su presencia cerca se ponía a brincar dentro de mi pequeño  esternón, y me daba miedo que al ser tan pequeño no pudiera aguantar tanta agitación, tanto asco, y pudiera explotar en cualquier momento.

En alguna ocasión provocó mi llanto, fuerte, de puro pánico, y mis padres intentaban explicarme que ella era así, que no le diera importancia. Insistían en que intentará ver su lado bueno, compasiva, siempre dispuesta ayudar, siempre ahí esperando para darnos su consejo, para calmarnos el dolor y ofrecernos los mejores momentos del día. Pero no lo podía ver, me parecía hasta desagradable que mi familia, mis propios padres, adultos, vividos, no vieran lo que yo veía. Era sucia, maloliente y descarada, y no la quería en nuestras vidas.

Y que mala suerte la mía, cuando supe que provenía de una enorme familia, se multiplicaban y multiplicaban, y fuera a dónde fuera casualmente nos encontrábamos con uno de sus parientes; parecían todos cortados por la misma tijera, y me sentí muy desgraciado, como si hubiera  un complot hacia mi pequeña persona. Era tanta la aversión que sentía que las pesadillas se sucedían una  noche tras otra, oía su voz llamándome, podía incluso oler su fétido aliento, y siempre me quería atrapar entre su frío y pálido cuerpo; me despertaba empapado en sudor, completamente en un  estado de pánico total, que a mis padres les costaba una noche de insomnio.

Sin el apoyo de mis progenitores estaba perdido. La ausencia de comprensión hacia mis temores, estar solo ante mis miedos, comenzó a inclinarme hacia la aceptación. Me resigné y sin otra salida, sin tener en mi poder ningún plan “b”, sucumbí a la simpatía por aquel ser que me había atemorizado durante meses.

Con el paso de los días, nos hicimos grandes amigos, se podría decir, aunque parezca increíble, que me obsesioné con su compañía, no me podía despegar de ella; hasta que sin darme cuenta comencé a verla como un miembro más de la familia, vital para nuestro día a día.

A medida que fui creciendo, compartí con ella momentos inolvidables, pensamientos, lágrimas, abrazos. Ella me ayudo a quitarme muchos pesos de encima, sujetó mi frente en miles de ocasiones, me ayudo a terminar decenas de libros y unos cuantos crucigramas e incluso a tomar decisiones importantes.

Cuando abandoné la casa de mis padres, tuve la necesidad de llevármela conmigo, aunque no dije nada. En mi nuevo hogar me esperaba una, a estrenar, reluciente, impoluta, y me recibió de la mejor de las maneras. Y desde ese instante mi taza del váter, inodoro, letrina, poceta, retrete, toilet, trono, cagadero, cochinera, huerta, outhouse, escusado o como a mi gusta llamarla “taza del baño” y yo, nos hicimos muy buenos amigos, aunque nunca olvidaré a la amiga que dejé en casa de mis padres, porque como ella no ha habido ni habrá ninguna.

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Relato: "Pánico". por María Vanessa López Torrente se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en http://relatosdelacolmena.blogspot.com.es/.