lunes, 18 de noviembre de 2019

La partida







Los dos contrincantes llegaron a la vez y aunque habían llegado a la par, uno paso primero al interior de la habitación, así que los llamaremos Primero y Segundo.

Las paredes eran de un blanco impoluto, un blanco que brillaba, que hacia rebotar la luz que emitía el fluorescente del techo, haciéndola muy luminosa y espaciosa. El único mobiliario que había era una pequeña mesa redonda y dos cómodas sillas del mismo color que el habitáculo, dos vasos de plástico y una jarra con agua, y de la pared colgaba un dibujo de Escher, dos manos dibujándose la una a la otra, en blanco y negro.

Los jugadores se sentaron uno frente al otro. Sobre la mesa estaba el tablero con los dos colores ya asignados: amarillo para Segundo, verde para Primero. Antes de comenzar la partida, Segundo tenía una idea que le rondaba por la cabeza desde hacia tiempo, y pensó que estaría bien ponerla en práctica para que el juego fuera más interesante, y se moría por presentársela a su contrincante...”¿qué te parece si cambiamos algo? ¿qué te parece si dejamos la suerte en las manos del otro? Yo tiro los dados y mueves tú, y al contrario ¿aceptas?”...Su oponente asintió con la cabeza.

Empezaba él que sacara el número más alto. Salían con un cinco, la partida iba a dar comienzo y la suerte estaba echada en las manos del otro. Los dos a la vez sacudieron sus cubiletes, y los pusieron boca abajo en el tablero. Levantaron a la de tres: Primero sacó un cuatro para Segundo y éste sacó un seis, por lo que volvió a tirar para Primero dándole un cinco, y éste con soberbia sacó y arrastró la ficha verde hasta la casilla de salida.

Primero tiró y Segundo no tuvo suerte, un tres. Segundo lanzó el dado y le regalo otro cinco, construyéndose su oponente una barrera. Primero tiró de nuevo, un seis, volvió a tirar bajo la mirada expectante de su contrincante, y cuando asomo el dado, allí estaban los cincos puntos, estrenándose así la salida de la casa amarilla. En la siguiente tirada, Primero rompió la barrera con un tres, un misero tres pensó, tenía tan poca paciencia que aunque estaban comenzando la partida, enseguida se le pasó por la cabeza que tenía que estar muy atento por si Segundo hacia  trampas, eso de la suerte se le había ocurrido a él, y quizás había truco.

Después de veinte minutos de partida las fichas de ambos ya habían salido de casa, los dos estaban jugando intensamente, concentrados en los movimientos del otro, intentado adivinar una estrategia, una jugada redonda, tanto que la estancia estaba sumida bajo un silencio eclesiástico, pudiéndose escuchar claramente el respirar acelerado de los dos, unicamente acompañado del sonido del dado chocándose una y otra vez contra el cubilete, dejando paso al ligero golpe contra la madera del tablero. Primero lanzó el dado, lo que llevo a Segundo a comerse una ficha verde, y justo a veinte casillas estaba la meta, el deseado centro del tablero, y aunque había metido una, eso no decidía nada; pero sí para Primero, no sabía ganar y menos perder, y lo demostraba con la tensión de su mandíbula y la mirada de casi odio que lanzó a Segundo cuando éste, mientras se comía su querida ficha, soltó jocosamente un “mmmm...que rico aperitivo”.

Le tocaba mover a Primero, un seis, deslizó la que estaba más cerca del pasillo verde, otro seis, movió la misma, nervioso, otro seis y de vuelta a casa. Segundo lanzó el dado, expectante, un cinco, y el aperitivo volvió a la salida. Primero estaba cada vez más nervioso, y se podía adivinar por como agitaba su pierna desde el pie hasta el muslo, haciendo pausas cuando le tocaba lanzar.
Primero sacudió con fuerza el cubilete y lanzó, un seis, Segundo estaba a punto de llevar otra ficha al centro, su contrincante volvió a tirar, un cinco y a la meta. Primero sudaba profusamente, nadie le había ganado nunca al parchís, se consideraba invencible, de hecho continuamente se lo decía a si mismo ¡Soy invencible! Estaba realmente frustrado.

Segundo tiró, un dos. Primero pensó durante unos segundos cuál de las tres fichas mover: una en la salida y otra a medio camino pero con peligro de ser devorada, aún así se arriesgó y se decidió por la que estaba a medio camino, que es la vida sin riesgos. Después de mover lanzó el dado, un seis para Segundo, y después un cinco, más cerca que lejos del pasillo amarillo, y la mandíbula de Primero parecía que tenía vida propia.

Segundo sacudió el cubilete pacientemente, mientras el movimiento de la pierna de su contrincante estaba a punto de causar un terremoto en la habitación, derramó el dado lentamente sobre el tablero, un cinco, colocándose su contrincante cerca de la ficha amarilla, parecía una serpiente persiguiendo a un pajarito. Primero quiso imitar la calma de su oponente, pero le pudo más el ansia de ganar, haciendo que el dado cambiará el tablero por el suelo. Segundo lo recogió algo violentado, y se lo puso en la mano. Volvió a tirar, un seis, seguido por un tres, y dentro del pasillo.
Primero se retiró ligeramente de la mesa, para respirar y pidió un momento para beberse un vaso de agua. Mientras Segundo no podía evitar la expresión de satisfacción de su cara, la ponía, así, inconscientemente, y cuando iba a soltarle a su contrincante que solo era un juego, al verle la cara roja de rabia contenida, se lo guardó y se lo tragó.

Segundo tiró el dado, un seis, luego un cinco, sacando su oponente la última ficha que había vuelto a casa. Primero parecía más relajado al ver que el pasillo verde estaba cada vez más cerca. Éste lanzó el dado, un tres para Segundo, y una sonrisa sarcástica se dibujó en la cara de su oponente, se alegraba de aquel pequeño avance. Otro seis para Primero y dentro de la alfombra verde, y aunque todavía tenía que sacar dos fichas adelante, se regocijaba en la silla.

Llevaban cuarenta minutos de partida, y la tensión cortaba el aire. Segundo le dio un cuatro a Primero, y con este movimiento se quedaba a dos casillas para la meta. Él casi ganador movió su ficha, un seis, riéndose por dentro, otro seis, y ya no reía tanto, estaba tan cerca, otro seis sería devastador, y cuando Primero lanzó el dado, dos vueltas en el tablero y como si pesará diez toneladas otro seis, acompañado de un ¡tomalo! de su oponente. Segundo deslizó con la cabeza agachada la ficha de vuelta a casa, y tiró, dándole a Primero un seis, que se iba a centrar en la ficha que ocupaba la casilla de salida. Otro seis y por último un uno. Ahora Segundo era él que pedía una pausa para beberse un vaso de agua, en dos tragos para ser exactos, estaba sorprendido por el giro que había dado la partida, aunque sabía que podía ocurrir no pensó ni por un momento que le pudiera pasar a él.
Primero tiró y le dio suerte a Segundo, un cinco y de vuelta al ruedo. Pero la suerte estaba echada, ya estaba firmada y sellada. La carrera de Primero fue excelente, con un dos llevó a su segunda ficha a la meta, y las otras dos avanzaban raudas, mientras la última ficha de Segundo se había convertido en una vieja y lenta tortuga. Se habían cambiado las tornas.

Primero lanzó el dado relajado, encantado, y le dio a Segundo el tercer tres, y ahora era él, él que se planteaba si su contrincante estaba haciendo trampas. Segundo estaba abatido, solo deseaba que la partida llegara a su fin, pero todavía tenía que sufrir un poco más; tiró y otro seis para Primero, con el que metió su tercera ficha en el pasillo verde, su ego estaba pletórico, estaba eufórico, convirtiéndose en un burlón cansino, y eso hacía que su oponente estuviera incómodo. Segundo respiró y volvió a tirar, un cinco para Primero, que movió su cuarta ficha.

La tortuga de Segundo parecía cada vez más lenta y él más hastiado. Cuando, en un pestañeo, Primero ya tenía su tercera ficha en el centro y la cuarta a diez casillas de ganar la partida; no paraba de agitar las piernas, las pupilas dilatadas, concentradas en la jugada. Un misero dos para Segundo, un cinco para Primero, un cuatro para la ficha amarilla, un seis para la verde y dentro del pasillo, solo lo separaba de la victoria un dos. Segundo totalmente pasivo volvía a tirar deseando que el dado le mostrara los cinco puntos que terminarían con aquella partida, y le quitarían a aquel abusador de delante, que no había parado de hacer comentarios sobre cómo perdía y dónde se podía meter la cara de satisfacción que había mostrado antes. Y suerte para los dos, el dado les dio el cinco.

La reacción de Primero fue saltar de alegría, mientras le gritaba a su oponente que era un puto perdedor y que le había dado la lección de su vida. Segundo se recostó calmadamente en su silla, y lo miró fijamente esperando que terminara con su individual y cruel celebración. Primero la alargó durante unos minutos, y al finalizar Segundo le preguntó...”¿te vas a quedar conmigo para siempre, verdad?”... Y se hizo un largo silencio.

Lo que no sabían los jugadores, es que la partida había tenido público. El dibujo de Escher era un truco, un espejo, y estaban siendo observados desde la habitación contigua, aunque sería más acertado decir observado, en singular, ya que en aquella partida solo había un jugador. Los observadores se miraron y por fin tuvieron todo lo necesario para tener un diagnóstico claro, había sido un paciente difícil, un reto para ambos pero con aquella partida de parchís lo tenían: el veredicto“Personalidad Múltiple”.

Segundo, en un tiempo había sido Primero y único, pero en un momento de saturación vital apareció Segundo tendiéndole una mano a su psique perturbada, y poco a poco comenzó a relevar a Primero, convirtiéndolo en Segundo y viceversa. Y al finalizar la partida, Primero había conseguido instalarse por completo, y Segundo nunca volvería a ser Primero.


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Relato: "La partida" by María Vanessa López Torrente is licensed under a Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional License.
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