lunes, 12 de junio de 2017

Silencio

                               Foto: Alejandro Alberto Gómez

Era la séptima oportunidad que le daba, estaba al canto de un duro de darse por vencido, de darla por pérdida…”¡venga! échame un cable, no dejes que me humille más ¿no ves que estoy totalmente postrado a tus pies, desnudo ante ti? ¿qué más quieres?”...

Pero de aquel cuerpo frágil no salió ni el más mínimo sonido. No se lo podía creer, y la incredulidad lo llevó a  la impotencia y de ahí solo le valió un salto para encontrarse maldiciendo a lo que más quería…”¡¿Sabes qué?!...maldigo tu silencio, maldigo el día en que puse mis ojos sobre tu cuerpo, el instante en que  mis dedos se posaron sobre tu suave piel dónde se quedaron enganchados, maldigo el momento en que decidí compartir mi vida entera contigo, me arrepiento profundamente de haber puesto todas mis esperanzas en tus manos, las que ahora sostienen la veleta de mi futuro ¿No te das cuenta de lo que me estás haciendo, en el lugar en el que estoy ahora, al insomnio al que  me estas empujando?”… Y ella frente a él continuó firme, en total mutismo.

Ante su decisión de mantenerse en silencio, desquiciado se tiró en el sillón empapado en sudor, impregnado por el olor de más de doscientos cigarros, de casa sin ventilar, de platos sin fregar, pero sobre todo sumido en el fétido olor de  su fracaso. Sus tripas llevaban un rato intentando llamar su atención, y aunque le costaba separarse de ella tuvo que escuchar a su cuerpo y dirigirse a la pocilga que era su cocina, no sin antes dirigirse a su razón de vivir…”Espero que cuando vuelva estés dispuesta a dialogar”…

Mientras se preparaba una mísera cena rodeado de insectos y bolsas de basura, se quedo ensimismado mirando los azulejos de la pared, viendo su reflejo desaliñado, vagabundo en su propia casa. El rancio sándwich que engulló en cuatro mordiscos acompañado de dos tragos de café frío, cayó en los pensamientos de su estómago agarrándose a sus tripas, alimentando la rabia e impotencia que sentía porque ella se negaba a ayudarlo. Y aunque lo suyo era una  pasión llena de vida,  de palabras, de mundo,  de historias inciertas y noches y días en vela, él no podía evitar la frustración, no podía recordar lo bueno, la base, lo fundamental, solo la veía a ella terca y callada, pasando de su angustia, hasta llegó a creer que disfrutaba haciéndolo sufrir y la cruel suposición hizo que su enfado aumentara.

Después de visitar el baño y dejar parte de su rabia, regresó al salón dispuesto a reanudar la conversación. Y aunque su intención era hablar con total serenidad, se sentó frente a ella, y sin darse cuenta de su tono amenazador comenzó a enumerarle todo lo que había hecho por ella, todo lo que estaba sacrificando para dedicarle tiempo…”¡mi tiempo¡ ¡¿sabes lo caro que es el tiempo?¡no hay devolución!…¡eres una desagradecida! ¡inútil! ¡no vales ni la mierda que piso! ¡no sirves para nada! ¡no me sirves para nada!”…Y  a pesar de todo y más a su pesar, ella ni se inmuto, provocando que su cólera estallara en forma de tornado. La agarró muy fuerte, la sacudió y la tiró al sillón y cuando estaba a punto de hacer algo que no tenía retorno, un instante de cordura le hizo ver desde fuera su imperdonable actitud. Llorando, casi sin sentido y sumido en una profunda vergüenza, se quedó dormido a su lado.

Dos días estuvo durmiendo agarrado a ella, hasta que la luz del segundo amanecer atravesó los cristales enfocándole la cara. Rápidamente se llevó las manos a sus ojos irritados por la repentina luz, y recordó lo sucedido, sus palabras, sus gritos, su desesperación y avergonzado mantuvo su cara oculta, no se  atrevía a mirarla…¿podrás perdonarme?... De repente, ella comenzó a hablar. A sus oídos comenzaron a llegar metáforas, pretéritos perfectos e imperfectos, adjetivos y adverbios, nombres propios, determinantes e indeterminantes, puntos de exclamación, comas y guiones, gentilicios y palabrotas, versos, sufijos, prefijos,…Había vuelto, había roto su cruel silencio. Lo había perdonado.

Se levantó y sin quitarse las abundantes legañas que poblaban sus hinchados ojos, la cogió, la colocó sobre la mesa y con un lápiz del número dos comenzó a tatuar sobre su cuerpo aquellas palabras, frases, diálogos, tramas y suspenses,…la borró y la reinventó, y después de algunas horas colocado por el entusiasmo dio fin al borrador de la obra que le iba a cambiar la vida.


Licencia Creative Commons
Relato: "Silencio" por María Vanessa López Torrente se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en relatosdelacolmena.blogspot.com.