martes, 27 de septiembre de 2016

Bajo el cielo



- No sé si podré aguantar un día más…tengo los pies congelados, apenas me queda zapato…la suela atada con ligas a los tobillos…quién me lo iba a decir
- Ayer dijiste lo mismo… resiste, mira hacia arriba, mira cuanta libertad hay en el cielo,  contempla, sueña despierta, aunque te duela el cuerpo, resiste
- ¿Cómo puedes ser tan optimista?
- Las ganas de salir de aquí, la esperanza de que lo conseguiré… lo conseguiremos, estoy segura
- Nunca imaginé que esto me pudiera pasar, que nos pudiera pasar… ahora no tengo ni melena, ni zapatos, ni dignidad, ni…
- Si has permitido que te quiten la dignidad, ellos ganan y tú pierdes. Si piensas así date por  vencida ya, no sigas sufriendo…¡ tírate ahí, ponte a tiro!…si no te queda dignidad, tírate

Se hizo un silencio, seguido de un golpe seco. Una mujer embarazada cayó al suelo, y allí mismo sobre el barro, bajo el frío invernal, bajo el manto de la Vía Láctea se puso de parto. Sus gritos eran desgarradores, estaba débil, frágil, lloraba y entre contracción y contracción, se la oía decir me lo van a quitar. Y lloraba y gritaba, y con un esfuerzo sobrehumano empujó hasta que la cabeza del bebé asomó. A las mujeres no se les permitía acercarse, tenían que estar allí quietas, impotentes, no podían prestarle ayuda. Al cabo de unos minutos apareció la médico, con unos guantes hasta los codos, un trapo sucio y un cuchillo. La ayudó a parir sobre la mezcolanza de sangre y barro, cortó el cordón y sin necesidad de ningún estímulo la criatura de bajo peso, soltó un alarido espeluznante. Envolvió al niño en el trapo sucio, se lo enseñó a la madre casi muerta, despidiéndose de su pálida y hambrienta cara con una sínica sonrisa, y se lo llevo bajo la atenta mirada de unas cincuenta mujeres.

- ¿Crees que sobrevivirá?
- Lo dudo. Mañana la echarán al montón

A toque de silbato, rompieron filas y todas tuvieron que pasar al lado del cuerpo de la recién parida y algunas incluso por encima, porque no podían romper la fila. Se metieron en los barracones bajo un silencio atormentador, que solo se rompería con la sirena de las cinco de la mañana.

- Hoy hace más frío
- Si, es insoportable, pero… mira como se tiñe el cielo, con que arte el día empuja a la noche, alza la mirada y piensa que estas en otro lugar
- Me preocupan más mis zapatos, que están desapareciendo
- Tus zapatos ya están sentenciados, en unos días ya no existirán, pero lo que te ofrece el cielo es  para siempre, un regalo diferente cada día, la libertad. Eso no te lo pueden quitar. Contempla, llena  los pulmones y suelta el aire en un suspiro, suelta el frío, a tus zapatos, al desaliento…
- Hoy me es imposible. Tuve un sueño espectacular: pastelitos, mermeladas, filetes…cuando me    desperté y recordé dónde estaba, recordé mi hambre, y sentí como la última gota de esperanza que  corría por mis venas, se iba por entre los barrotes de la ventana
- Solo es un mal día
- ¡Mira¡ se llevan a dos
- Y no volverán, están débiles para trabajar, ya no son útiles

Después de pasar lista, a toque de silbato, se fueron todas a trabajar, a cortar y a coser, un mísero descanso para el mísero almuerzo, y vuelta al trabajo, doce horas de costura y a formar en el patio, lloviese, nevase o tronase, y así todos los días. Era una manera de hacer purga, de esperar que las más débiles se derrumbaran sobre el fango, para desecharlas.

- Definitivamente me quedé sin zapatos, voy a morir congelada o de gangrena
- Luego los arreglamos, tomé prestadas algunas cosas del taller. No te vas a morir aquí
- Tú si vas a morir haciendo esas cosas
- Si estás conmigo y yo contigo, no pasará nada. Saldremos por nuestro propio pie
- Me gustan esas dos palabras
- ¿Cuáles?
- Contigo, conmigo…
- ¡Mira! Está empezando a nevar…me encanta la nieve, su frío me trae recuerdos, y todos        buenos… porque aquí hasta los recuerdos malos se han transformado en buenos
- Intentó entenderte pero no puedo consolarme como tú, por un lado me da envidia que puedas  separarte de esta mierda de realidad
- Esta no es la realidad, simplemente es una situación, que terminará tarde o temprano, no es para  siempre
- Eso no lo sabes, no está en nuestras manos
- Pero tener esperanza sí

En silencio marcharon todas en fila hasta los barracones, pero fue una noche diferente. No habían pasado dos horas de sueño, cuando se comenzó a escuchar movimiento; camiones, coches, ladridos, gritos, ordenes, olía a fuego, a papel quemado. Los guardias corrían como locos de un lado a otro, apilando papeles, carpetas, fotos, echándolos a una hoguera improvisada en el centro del patio. Se escucharon algunos tiros, más ladridos, los camiones entraban y salían, estos últimos cargados con mujeres, se les podía ver en la cara que sabían que se dirigían al matadero.

- Vamos a escondernos ¡rápido! debajo de la litera…coge tus zapatos

Desde el suelo fueron testigos del desalojo a culatazos de las mujeres de su barracón, la mitad no podía ni mantenerse en pie. Después de algunos camiones más y una sirena, se hizo un silencio absoluto. Estuvieron algunas horas sobre el gélido suelo, sin hablar, respirando bajo mínimos, apenas sentían sus piernas. Había llegado la hora de salir.

- Espera, voy a asomarme…espera pase lo que pase

La puerta estaba abierta, olía como si un macro incendio estuviera devorando las instalaciones. Salió lentamente, bajó el escalón e investigó un poco. Todo estaba desierto y más feo de lo habitual. Sigilosamente, pegada a la pared cual perenquén, se acercó a la torre de vigilancia, no había nadie, definitivamente el día que había dejado en manos del cielo, había llegado, eran libres. Cuando se dispuso a  regresar al barracón, notó en su sien derecha mucha presión seguido de un click. Pero su mente se nubló, ni siquiera le dio tiempo a la portadora del arma a reaccionar, sacó las fuerzas que tenía guardadas, le arrebató la pistola y mirándola a los ojos, la golpeó una y otra vez en la cabeza, hasta que cayó al fango. Aunque la mujer ya no respiraba y le asomaba masa encefálica, continuó golpeándola hasta dejarle el arma incrustada en lo que le quedaba de cráneo. Se apoyo en la pared, con el apestoso olor de la sangre y contempló lo que había hecho, pensó que sin duda era lo peor que le había pasado en los cinco meses y once días que llevaba allí, haber acabado con la vida de  un ser humano, dejaba a todo lo demás en pequeñeces. Para calmarse, y no sucumbir a la histeria, se convenció de que había obrado en voz de la libertad y la dignidad.

Se limpió los pensamientos, arregló su consciencia, se quitó de las manos toda la sangre que pudo y se dirigió al barracón, no sin antes asegurarse, como una perra rabiosa, de que ya no quedaba ninguna amenaza.

 Ya en la puerta del barracón pudo respirar tranquila y encontrar consuelo.

- Mamá, ya puedes salir… ¡ somos libres !

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Relato: "Bajo el cielo" por María Vanessa López Torrente se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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jueves, 8 de septiembre de 2016

El mejor de los agostos



Esperaba agosto con tanta ansiedad, con tantas expectativas, que el mes de julio se hizo eterno, aunque cayendo en la contradicción, volvería a esperar.

Por fin llegó  agosto, que comenzó con una llave, un avión  y  una contractura que durante cinco largos días se quedo conmigo. Mi cintura iba por un lado y el resto de mi cuerpo iba por otro, enredado en una ciudad dónde no importa lo que midas o lo que peses, lo que conozcas o desconozcas, porque te engulle y te fascina, en lo bueno y en lo no tan bueno. Una ciudad dónde de repente te sientes como una minúscula partícula, como si se hubieran mezclado todos los granos de arena, de todas las playas del planeta. Y dentro de esa mezcolanza me encontraba  yo, acompañada únicamente por la emoción y la inquietud, además del miedo incesante a perderme.

Después de idas y venidas, calle arriba, calle abajo, el viaje más inesperado de mi vida llego a su fin, y todo me salió ovalado, que es más que redondo, y aunque me bajará del avión y deshiciera la maleta, el mes de agosto me invitó a seguir en el aire, porque la experiencia en la engullidora ciudad era solo el principio. La casualidad, el destino, la buena suerte, el karma, sino, las cosas de la vida,… llámenlo como quieran, me  estaban esperando, escondidos entre los días del octavo mes del almanaque, y todo comenzó por una llave.

Y sin darme tiempo a sacudirme la emoción del viaje, agosto me regalo su presencia.
Agosto me trajo aliento y saliva.  Me trajo el mar,  arena  en los bolsillos,  bolsillos dónde guardo cada granito, de cada playa; dónde guardo el calor de todos y cada uno de los achicharrantes rayos del sol, tres piedras y el salitre de la piel, como lo guardan las rocas en sus caprichosas formas, traídas por las olas que al chocarse contra ellas se despedazan en miles de lágrimas de sal.

Agosto me acercó las constelaciones, me trajo carreteras, palabras llenas, alimento indispensable en mi dieta, acordes, letras y más letras, el viento y el silencio; me trajo el mañana que no existe, el sueño en compañía, un rayito a mi vida en el mejor de los momentos y  la inolvidable sorpresa de cruzarnos en el camino. Agosto me trajo conversaciones en el balcón, besos con mesura, abrazos de más de treinta segundos, minutos, horas y días, me trajo tiempo y el saber que basta poco para tener mucho.

Y todo lo que me trajo agosto, lo guardo como las rocas guardan lágrimas de sal.

Para Hero


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Relato: " El mejor de los Agostos" por María Vanessa López Torrente se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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