jueves, 25 de octubre de 2018

Mi primer día entre tiburones



Cuando me desperté no hubiera imaginado el día que me esperaba, el día que cambiaría mi vida para siempre.

Teníamos la cita a las nueve de la mañana. Yo como siempre, me dejé llevar y no hice muchas preguntas, me subí al coche y a pasear. Todo el camino estuve a mis cosas, entretenido con mis pensamientos, cuando empezamos a aparcar y mirando por la ventana me di cuenta que esa casa me sonaba y comencé a recordar...

...”Un día no recuerdo cuando (lo del tiempo todavía no lo controlaba), visitamos esa casa. Cuando nos abrieron la puerta y entramos fue como estar en la selva, miles de arbustos y árboles altos y con muchas hojas, y lo vi todo desde abajo muy abajo, y todo me parecía gigante, porque mis padres ese día consideraron que yo ya era mayor para ir caminando ¿¡mayor!? mayor es mi abuelo que siempre me lo decían: - ¡no le pegues a tu abuelo que esta mayor! Pero bueno en ese momento lo acepté y no les monte ningún numerito, la verdad es que estuvo bien ir por ahí investigando a mis anchas. Y caminando, caminando llegamos a otra puerta que estaba abierta y antes de pasar sentí un escalofrío, escuché vocesitas, un sonido que me recordaba al parque, si era ese sonido ¡niños llorando! eso solo significaba que pasaba algo malo, y yo sabía que eso no era el parque...Cuando entré me dieron ganas de llorar a mi también pero mis padres me cogieron de las manos y entramos los tres juntos, enfrentándose conmigo a todos aquellos niños llorando sin consuelo, y se podían oír entre suspiros las palabras que siempre nos salvaban: mamá y papá, y yo no entendía porque no estaban allí salvándolos, era una locura ¿por  qué los habían abandonado? Los miré con pena y un poco orgulloso porque mis padres si estaban, y no me iban a dejar allí...Llegamos a la sala dónde estaban todos reunidos, y de repente pusieron música y los llantos se dejaron de escuchar, pero solo un momento, porque al vernos se pusieron tristes otra vez...Allí habían tres señoras, y hacían cosas raras: cantaban, bailaban, cogían a los niños en brazos, les limpiaban la nariz, los abrazaban y pude ver con mis propios ojos que hacían magia, por que algunos dejaban de estar tristes...En esa misma sala nos paramos y me preguntaron mi nombre, y aunque yo lo sabía decir no quise y tampoco les di un beso, no me apetecía, pero no pasa nada por eso, yo no las conocía de nada y mis padres tampoco y no me gustaron sus caras, ni sus voces...Y cuando abrieron la puerta pequeña y pasamos, yo me quede quieto, observando a los niños, pegado a la pared, pero cuando se dieron cuenta de que yo estaba allí, comenzaron a mirarme, a acercarse, a decirme cosas que yo no entendía, y me tocaban la cara y las manos y me daban juguetes, y me chupaban, me sentía como el pez del cuento que mi abuelo el mayor me contaba: un pececito que vivía en un mar muy grande rodeado de peces, tiburones, medusas, pulpos y algunos más de los que no me acuerdo, porque aquello me parecía un mar muy grande ...Fue un momento que no me gustó, además olía raro y los juguetes que me gustaban ya estaban cogidos, en mi casa todos eran para mí...Mientras yo estaba allí con ganas de llorar y a la vez con ganas de jugar, mis padres hablaban con las señoras, y los cinco me miraban y me sonreían...Se despidieron y antes de salir por la puerta por mi propio pie, una de las señoras puso voz de dibujos animados y con esa voz me dijo “ádiooosss, nos vemos prontooo” y yo literalmente me hice caca encima”…

Y allí estábamos de nuevo, pero esta vez mis padres llevaban una mochila, la misma que llevaban a casa de mi tía cuando me quedaba con ella a dormir, me pareció raro, pero enseguida lo adiviné, después de la visita me llevarían a casa de tía, pero no fue así. Mis padres me iban a abandonar y antes de hacerlo me engañaron; primero hicieron como se iban a quedar, pero poco a poco se fueron acercando a la puerta, y yo me volví a sentir como un pecesito, agarradito a mi mochila entre peces grandes, ruidosos, llorones, enfadados, de todo tipo, y mire a mis padres, me acerqué a ellos pensando que nos íbamos y me dijeron que me iban a dejar un ratito allí (yo que sabía el tiempo que era un ratito), que me lo iba a pasar bien, pero allí muy pocos se lo estaban pasando bien, y pensé que si aquello era tan divertido ¿porque no se quedaban ellos?... ¡Me iban a abandonar! Me dieron el último beso y se fueron sonriendo, y yo me quedé pegadito a la pared al lado de una señora que  me decía que en un ratito volvían (y vuelta con el ratito) que habían ido a comprar galletas ¡imposible! yo siempre iba con ellos, tenía que ayudarles a elegir las mejores ¡no me engañé señora me han abandonado! (pensé, mientras me rompía la garganta llorando) Todos me miraban y algunos estaban contentos, aunque sus padres acabaran de abandonarlos, era muy difícil de entender para mí, me sentía como un pececito rodeado de tiburones.

Me senté en el suelo, de vez en cuando venía la señora a hablar conmigo, me animaba a jugar pero a mi no me apetecía, quería estar con mis padres, con mis cosas, con mis olores y no allí. Luego vi un coche rojo, con las ruedas grandes, de esos que si los ruedas hacia atrás salen disparados, y al verlo libre me atreví a cogerlo y me volví a sentar. Pero yo quería ponerlo a caminar, pero si lo hacía me tenía que levantar para recuperarlo, y no pude hacerlo, estaba clavado en el suelo con la mochila puesta que era mía y solo mía y ninguno de esos niños me la iba a quitar.

No sé cuanto llevaba allí abandonado, ya me había cansado de llorar, me di cuenta de que no servía para nada, cuando la señora me ofreció medio plátano y lo cogí rabioso y no me lo iba a comer, pero parecía estar muy bueno, así que lo probé un poquito y terminé comiéndomelo entero. Luego se hizo un silencio y todos empezaron a beber agua a la vez, supuse que se estaban aclarando la garganta para seguir llorando, y la señora cantó una canción, una de una mano que sale y se va y no se qué más, cuando de repente aparecieron mis padres y yo me emocioné tanto, tanto que me puse a llorar de la alegría ¡no me habían abandonado! Y la señora fue a despedirse de mí, y con la voz de dibujos animados me dijo ¡nos vemoooss mañanaaaa! Y yo me enfadé.

Y pasaron muchos mañanas, y cada día me fue gustando más, y me di cuenta de que los papas desaparecen pero siempre vuelven a aparecer. Estar allí era como estar en un gran océano y poco a poco comencé a sentirme como pez en el agua, rodeado de pulpos, medusas, tiburones, caballitos de mar y otros pececitos como yo, pero aunque éramos diferentes como nos decían las señoras, formábamos parte de un equipo dónde nadábamos al mismo son, y después de algunos mañanas, cuando dejé de resistirme y me tiré al agua, fue cuando mi vida cambió y comencé mi camino para hacerme mayor, y comencé a entender pasito a pasito la vida que había fuera de mi casa, sin mis padres, aprendí a compartir, conocí la empatía y a la señora frustración (la que me hizo enfadarme y llorar muchas veces)...porque ser pequeño, a veces es muy difícil.

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Relato: "Mi primer día entre tiburones" by María Vanessa López Torrente is licensed under a Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional License.
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lunes, 8 de octubre de 2018

Mundo y Compasión



Mundo y Compasión llevaban juntos mil vidas, que digo mil vidas, un cuatrillón de vidas, se conocían de siempre y para siempre. Cuando uno se estremecía él otro lo hacía, si uno empezaba una frase él otro la remataba y si uno sufría él otro también. Si Mundo se desmoronaba ahí estaba Compasión para sacarlo de su desidia, y cuando Compasión se perdía, que solía ser a menudo últimamente, Mundo la encontraba.

Aunque no trabajaban juntos,formaban parte de un equipo interdisciplinar y lo que le ocurría a Compasión le salpicaba a Mundo, y a la inversa. Hacían un buen equipo, se pueden contar con los dedos de una sola mano las veces que estuvieron en desacuerdo, siempre fuertes ante las adversidades, siempre resolutivos.

Mientras la vida pasaba en llano, en subida y en bajada, con curvas y obras, y Mundo comenzó a cambiar. Su trabajo era complicado y requería de mucha energía por su parte, debía organizar, garantizar, hacer y deshacer, y lo que más detestaba: devolver a las acciones sus consecuencias. Mundo estaba agotado, moralmente afectado como nunca, soportaba mucho peso en su espalda, en su nuca y en su corazón, y se volvió distante, malhumorado y se convirtió en un simple observador del derrumbamiento de tantos años de trabajo y el colapso de su interior. Poco a poco se volvió sucio, desordenado, ruidoso, quejica, se paseaba por ahí con un traje gris, mirando sin mirar, tropezando cada dos metros con la misma piedra: Mundo estaba perdido en la más absoluta desidia.

Compasión intentaba animarlo, como siempre, cuando uno se caía el otro lo recogía, y sin mediar palabra abría las ventanas para que mirara sin mirar, para que respirara sin respirar y sabía que dijera lo que dijera, no iba a servir para nada. Así que se le limito a sujetarle las manos, acariciarle el pelo y darle consuelo cuando se despertaba inundado, y espero con calma.

Paso y paso el tiempo y Mundo empeoró. Comenzó a padecer dolores a diario, sus piernas habían perdido fuerzas, las palmas de sus manos se agrietaron, se sentía agitado, revuelto y cayó en un pozo muy profundo. Pero Compasión confiaba en él y en su no muy lejana recuperación, estaba convencida de que tocar fondo lo ayudaría a reinventarse, a volver más fuerte para arreglar  lo que se rompió, a recordar lo que se fue al olvido, a despertar como un volcán dormido y volver a ser él de siempre, aunque sabía que cargaría con cicatrices muy profundas, un corazón algo delicado y una vejez prematura.

Mientras, Compasión seguía con sus rutinas laborales y sus estrictos horarios, lo que le ocupaba mucho de su tiempo aunque le apasionaba dedicarse al altruismo, siempre con la sonrisa puesta. Su energía desprendía comprensión, generosidad y paciencia y era increíblemente rápida hallando soluciones. Miraras dónde miraras ahí estaba, escuchando, aconsejando, ejerciendo de orientadora, ayudando a comprender a los heridos y a empatizar a las personas grises, ya fuera en un semáforo, apoyada en una farola, haciendo cola, en la guagua, paseando por cualquier calle, por cualquier avenida. Pero se estaba volviendo complicado, debía de emplear más tiempo y esfuerzo, estaban más ciegos, más sordos, y comenzaron  a abundar los días  decepcionantes, nadie quería verla, a nadie le interesaba escucharla. Y en esos días Compasión se sentaba, inhalaba y exhalaba, se sujetaba las lágrimas con las manos, y elaboraba una lista mental sobre las cosas buenas y las malas, y siempre la primera era más larga, así que resurgía de sus cuclillas y se levantaba más fuerte, empujada por la adversidad.

Cuando llegaba a casa, todo eso lo dejaba atrás y se centraba en Mundo, su Mundo. Solo su presencia provocaba en su semblante la sonrisa más genuina, la que guardada para ocasiones especiales, y encontrarse con él siempre era una de esas ocasiones. Antes del beso de bienvenida, hacia una pausa y le preguntaba por su estado de ánimo y él le contestaba llevando la mirada al suelo y negando con la cabeza, a lo que ella respondía con un ¡siempre te esperaré!

A él le gustaba que le contara su día, y ella se lo transmitía con tanto entusiasmo maquillando la nauseabunda realidad, que conseguía sacarle a Mundo una insinuante sonrisa, lo que era buena señal, comenzaba a volver el color azul a sus ojos. Poco a poco comenzó a dejar a un lado su traje gris, poco a poco se volvió a sentir escuchado, valorado, comenzó a sentir esperanza de nuevo, a creer en él mismo, aunque era consciente de que de lo perdido poco se podía recuperar. A Mundo, le quedaban solo algunas piedras por escalar de aquel pozo en el que se había sumergido e iba a necesitar a Compasión más que nunca.

Aunque todavía quedaba algo de tiempo para que Mundo volviera al trabajo, Compasión comenzó a prepararlo todo. Trabajó horas extras, se esforzó hasta el límite de sus fuerzas para conseguir más oyentes, más miradas y lo logró, pero a medias. En algunas partes el ambiente estaba melancólico, conformista, derrotista, y como expulsado por un spray iba propagándose por todas partes. Necesitaba que Mundo volviera más que nunca.

Aunque él todavía estaba débil, fue inventariando lo que si podía arreglar, y contempló las enormes perdidas, y tuvo que echar la culpabilidad a un lado aunque toda la responsabilidad no era suya. Él fue responsable por abrirles la mano, por consentirlos y malcriarlos, era responsable de no parar la necesidad de inmediatez, de destruir para construir, de construir para destruir, y simplemente miró para otro lado hasta que empezó a dolerle. Ahora él había cambiado, nunca volvería a ser el mismo, esta vez se había propuesto equilibrar la balanza, todas las acciones tendrían sus proporcionadas consecuencias.

Y cuando se acabaron los monzones, Mundo resurgió. Salió del pozo, fresco, con ganas, curado de lo curable, resignado con lo incurable, positivo pero cauto, menos sensible, con las ideas claras, no estaba en lo más alto pero casi y salió a enfrentarse a si mismo. Y se dio cuenta de cuanto había maquillado Compasión la realidad, pero no la podía culpar, ella era así, para ella siempre había una gotita de esperanza.

Mundo subió y subió para contemplarse desde arriba, y su estado era deplorable, estaba seco, deforestado, lleno de cementerios y muros, de ruidos y cambios, el cielo había cambiado, el aire había cambiado, se notaba turbio y enfermo, él apenas se reconocía. Sobre aquella cumbre se quedó dos días con sus dos noches, sopesando que hacer y cuando estaba a punto de tomar la decisión de no hacer nada, de dejarse hasta que vivir con él fuera insoportable y desvanecerse entre las grietas incurables de su cuerpo, sintió a Compasión e hizo que Mundo se girara hacia el otro lado de la montaña. Y su ropa se tornó verde, y de sus ojos comenzaron a brotar cataratas que inundaron toda la ladera, los bosques, los campos de cultivo, y como una veleta giro en la dirección de todos los puntos cardinales derramando litros de lágrimas, sintiendo como se terminaban de curar algunas de las grietas de su cuerpo, sintiéndose fuerte, dueño de sí mismo, mientras Compasión lo observaba desde abajo. Mundo definitivamente había vuelto.

Y como lo hizo el aire, sus vidas cambiaron. Ella tuvo que buscar otro trabajo para las tardes, y a él le diagnosticaron una enfermedad crónica, pero no se rindieron, porque Mundo tenía a Compasión y Compasión siempre acompañaría a Mundo. Juntos todo era posible, juntos todo era mejor.




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