lunes, 8 de octubre de 2018

Mundo y Compasión



Mundo y Compasión llevaban juntos mil vidas, que digo mil vidas, un cuatrillón de vidas, se conocían de siempre y para siempre. Cuando uno se estremecía él otro lo hacía, si uno empezaba una frase él otro la remataba y si uno sufría él otro también. Si Mundo se desmoronaba ahí estaba Compasión para sacarlo de su desidia, y cuando Compasión se perdía, que solía ser a menudo últimamente, Mundo la encontraba.

Aunque no trabajaban juntos,formaban parte de un equipo interdisciplinar y lo que le ocurría a Compasión le salpicaba a Mundo, y a la inversa. Hacían un buen equipo, se pueden contar con los dedos de una sola mano las veces que estuvieron en desacuerdo, siempre fuertes ante las adversidades, siempre resolutivos.

Mientras la vida pasaba en llano, en subida y en bajada, con curvas y obras, y Mundo comenzó a cambiar. Su trabajo era complicado y requería de mucha energía por su parte, debía organizar, garantizar, hacer y deshacer, y lo que más detestaba: devolver a las acciones sus consecuencias. Mundo estaba agotado, moralmente afectado como nunca, soportaba mucho peso en su espalda, en su nuca y en su corazón, y se volvió distante, malhumorado y se convirtió en un simple observador del derrumbamiento de tantos años de trabajo y el colapso de su interior. Poco a poco se volvió sucio, desordenado, ruidoso, quejica, se paseaba por ahí con un traje gris, mirando sin mirar, tropezando cada dos metros con la misma piedra: Mundo estaba perdido en la más absoluta desidia.

Compasión intentaba animarlo, como siempre, cuando uno se caía el otro lo recogía, y sin mediar palabra abría las ventanas para que mirara sin mirar, para que respirara sin respirar y sabía que dijera lo que dijera, no iba a servir para nada. Así que se le limito a sujetarle las manos, acariciarle el pelo y darle consuelo cuando se despertaba inundado, y espero con calma.

Paso y paso el tiempo y Mundo empeoró. Comenzó a padecer dolores a diario, sus piernas habían perdido fuerzas, las palmas de sus manos se agrietaron, se sentía agitado, revuelto y cayó en un pozo muy profundo. Pero Compasión confiaba en él y en su no muy lejana recuperación, estaba convencida de que tocar fondo lo ayudaría a reinventarse, a volver más fuerte para arreglar  lo que se rompió, a recordar lo que se fue al olvido, a despertar como un volcán dormido y volver a ser él de siempre, aunque sabía que cargaría con cicatrices muy profundas, un corazón algo delicado y una vejez prematura.

Mientras, Compasión seguía con sus rutinas laborales y sus estrictos horarios, lo que le ocupaba mucho de su tiempo aunque le apasionaba dedicarse al altruismo, siempre con la sonrisa puesta. Su energía desprendía comprensión, generosidad y paciencia y era increíblemente rápida hallando soluciones. Miraras dónde miraras ahí estaba, escuchando, aconsejando, ejerciendo de orientadora, ayudando a comprender a los heridos y a empatizar a las personas grises, ya fuera en un semáforo, apoyada en una farola, haciendo cola, en la guagua, paseando por cualquier calle, por cualquier avenida. Pero se estaba volviendo complicado, debía de emplear más tiempo y esfuerzo, estaban más ciegos, más sordos, y comenzaron  a abundar los días  decepcionantes, nadie quería verla, a nadie le interesaba escucharla. Y en esos días Compasión se sentaba, inhalaba y exhalaba, se sujetaba las lágrimas con las manos, y elaboraba una lista mental sobre las cosas buenas y las malas, y siempre la primera era más larga, así que resurgía de sus cuclillas y se levantaba más fuerte, empujada por la adversidad.

Cuando llegaba a casa, todo eso lo dejaba atrás y se centraba en Mundo, su Mundo. Solo su presencia provocaba en su semblante la sonrisa más genuina, la que guardada para ocasiones especiales, y encontrarse con él siempre era una de esas ocasiones. Antes del beso de bienvenida, hacia una pausa y le preguntaba por su estado de ánimo y él le contestaba llevando la mirada al suelo y negando con la cabeza, a lo que ella respondía con un ¡siempre te esperaré!

A él le gustaba que le contara su día, y ella se lo transmitía con tanto entusiasmo maquillando la nauseabunda realidad, que conseguía sacarle a Mundo una insinuante sonrisa, lo que era buena señal, comenzaba a volver el color azul a sus ojos. Poco a poco comenzó a dejar a un lado su traje gris, poco a poco se volvió a sentir escuchado, valorado, comenzó a sentir esperanza de nuevo, a creer en él mismo, aunque era consciente de que de lo perdido poco se podía recuperar. A Mundo, le quedaban solo algunas piedras por escalar de aquel pozo en el que se había sumergido e iba a necesitar a Compasión más que nunca.

Aunque todavía quedaba algo de tiempo para que Mundo volviera al trabajo, Compasión comenzó a prepararlo todo. Trabajó horas extras, se esforzó hasta el límite de sus fuerzas para conseguir más oyentes, más miradas y lo logró, pero a medias. En algunas partes el ambiente estaba melancólico, conformista, derrotista, y como expulsado por un spray iba propagándose por todas partes. Necesitaba que Mundo volviera más que nunca.

Aunque él todavía estaba débil, fue inventariando lo que si podía arreglar, y contempló las enormes perdidas, y tuvo que echar la culpabilidad a un lado aunque toda la responsabilidad no era suya. Él fue responsable por abrirles la mano, por consentirlos y malcriarlos, era responsable de no parar la necesidad de inmediatez, de destruir para construir, de construir para destruir, y simplemente miró para otro lado hasta que empezó a dolerle. Ahora él había cambiado, nunca volvería a ser el mismo, esta vez se había propuesto equilibrar la balanza, todas las acciones tendrían sus proporcionadas consecuencias.

Y cuando se acabaron los monzones, Mundo resurgió. Salió del pozo, fresco, con ganas, curado de lo curable, resignado con lo incurable, positivo pero cauto, menos sensible, con las ideas claras, no estaba en lo más alto pero casi y salió a enfrentarse a si mismo. Y se dio cuenta de cuanto había maquillado Compasión la realidad, pero no la podía culpar, ella era así, para ella siempre había una gotita de esperanza.

Mundo subió y subió para contemplarse desde arriba, y su estado era deplorable, estaba seco, deforestado, lleno de cementerios y muros, de ruidos y cambios, el cielo había cambiado, el aire había cambiado, se notaba turbio y enfermo, él apenas se reconocía. Sobre aquella cumbre se quedó dos días con sus dos noches, sopesando que hacer y cuando estaba a punto de tomar la decisión de no hacer nada, de dejarse hasta que vivir con él fuera insoportable y desvanecerse entre las grietas incurables de su cuerpo, sintió a Compasión e hizo que Mundo se girara hacia el otro lado de la montaña. Y su ropa se tornó verde, y de sus ojos comenzaron a brotar cataratas que inundaron toda la ladera, los bosques, los campos de cultivo, y como una veleta giro en la dirección de todos los puntos cardinales derramando litros de lágrimas, sintiendo como se terminaban de curar algunas de las grietas de su cuerpo, sintiéndose fuerte, dueño de sí mismo, mientras Compasión lo observaba desde abajo. Mundo definitivamente había vuelto.

Y como lo hizo el aire, sus vidas cambiaron. Ella tuvo que buscar otro trabajo para las tardes, y a él le diagnosticaron una enfermedad crónica, pero no se rindieron, porque Mundo tenía a Compasión y Compasión siempre acompañaría a Mundo. Juntos todo era posible, juntos todo era mejor.




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Relato: "Mundo y Compasión" by María Vanessa López Torrente is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
Creado a partir de la obra en http://relatosdelacolmena.blogspot.com/.

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