lunes, 8 de junio de 2015

La vida en espera



¿Cómo se define el verbo esperar? Esperar, la espera, el verbo que nos acompaña todos los días de nuestras vidas. Si sumara todos los minutos que he tenido que esperar por algo bueno o malo, por personas que se merecían mi espera o personas que no, por gestos y respuestas que nunca llegaron, calculo que serían seis meses de mi vida, mes arriba, mes abajo…y  aquí estoy de nuevo, esperando. Habemos muchos en la cola, y ya empezamos a estar apretados, pero ante la espera, paciencia, eso es lo importante. Todavía me  quedan aquí un par de horas y sé que tendré que soportar las quejas absurdas de mi compañero de espera, olores ajenos, quejas y más quejas, y eso que nadie está obligado a estar aquí, lo están por voluntad propia, pero así son las esperas.

Ya antes de nacer y aunque suene extraño, estamos esperando. Esperamos por ahí, a saber dónde, a que un espermatozoide avispado consiga seducir a uno de los fértiles y hermosos óvulos de tu futura madre, que te hará esperar nueve meses, semana arriba, semana abajo, para salir al mundo. Nada más llegar si no lloras, cosa que encima después no quieren que hagas, te dan un cachetito en el pompis, lo primero de la vida que no te esperabas de ninguna de las maneras, la primera cachetada de muchas venideras. Cuando sales, hay una multitud de personas que te quieren conocer, y después de la hermosa locura que es nacer, aún descolocado, esos adultos y hermanitos y primitos celosos  quieren achucharte y no conocen el verbo esperar.

Con el paso del tiempo, empiezan las expectativas sobre tu persona y desarrollo. Si pudiéramos hablar a los pocos meses de nacer, la primera palabra que diríamos sería ¡ espera ¡ …Levanta el cuello, gatea, camina, corre, di adiós con la mano, haz el viejito, no llores, no grites, di mamá, di papá, ¿cuántas galletas hay aquí? ¿cómo hace la vaca?... ¡Espera, espera! cada uno tiene su ritmo. Todo tiene que ser ya.

A medida que creces, conoces la palabra paciencia, y sabes que va acompañada de la palabra espera, y eso conlleva a estar sentado hasta que digan tu nombre, a aguantar las ganas de hablar, a esperar la media hora que se pasa tu hermano en el baño para cumplir con tus urgentes necesidades fisiológicas, sin entender por qué tarda tanto; a esperar tu turno sin rechistar, pero a veces la ansiedad por tenerlo todo ya, que es lo que te han exigido a ti, es más grande que esas dos palabras juntas, y te saltas las normas, aún sabiendo que te espera una bronca.

Esperas al ratoncito Pérez, ansías que llegue el día de tu cumpleaños, esos sábados y domingos dulces después de estar el resto de la semana uniformado y con miles de obligaciones académicas, al día de Reyes, a una fiesta cualquiera. También esperas a tu padre o a tu madre, según que progenitor te amenace con esa frase… “ espera a qué venga tu padre/madre”, y tú te quedas ahí, imaginando el cachetón a cámara lenta cruzándote la cara de lado a lado, sumándole la previa bronca, la vergüenza, mientras miras el reloj, y las agujas te señalan que se acerca el temible momento, y piensas que hubiera sido mejor no aprender a leer la hora. Hay aprendes que el reloj es un instrumento cruel, cuando se trata de esperar.

Más tarde, se te pasan los días deseando que te sirva la ropa de tu hermano y sobretodo los zapatos, porque a ti como estas creciendo te compran los más  feos  de la zapatería, ya que en un par de meses te volverá a crecer el pie y no hay que gastar por gastar. Y llegas a la adolescencia, esperando delante del armario de tu hermano mayor, mirando si te ha salido abundante vello corporal, que indicará, según tus padres, que ya no tienes el acceso restringido al lado de la zapatería dónde están los zapatos que tanto ansias.

Y ya puedes salir a la calle sin supervisión adulta, pero sin la comodidad de que te lleven en coche, ahí empiezas a acumular minutos  de espera por los transportes públicos, aunque como serán las primeras veces las disfrutas, por la novedad, por sentirte mayor e independiente,  pero no podrás quitarte una cosa de la cabeza, que en casa esperan que te comportes de forma responsable y madura, y piensas “ si solo tengo dieciocho años “;esperan que cumplas el convenio de la hora de llegada.  Cuando te saltas las normas de convivencia, de camino al hogar piensas en los rugidos y miradas de “me has decepcionado”, bajo la frase “la confianza hay que ganársela”, y en el castigo de tus progenitores, y sabes que tus hermanos te tiraran miradas de “jodete” por detrás, y piensas antes de que ocurra, que esperando con paciencia, uno de tus hermanos estará en el paredón, y serás tú el que propines esa mirada, que te fastidia más que el  sermón que te echaran tus padres. Pero te olvidas y tropiezas con la misma piedra un par de veces más, hasta que aprendes con el quinto castigo y veinte miradas de “jodete”.

Esperas por la primera mujer de tu vida, que no llega, veinte minutos esperando, y las  hormonas que te tienen como un ñu desbocado se alían con los nervios propios del momento y empiezas a sudar. El bigotillo se convierte en una bayeta y en segundos ha absorbido parte del  sudor que  te brota de la cara (ahí decides que es hora de afeitártelo), y la ves llegar y esperas que no se dé cuenta, pero lo hace y ella a pesar de haber llegado tarde, te mira con cara de asco y te mueres de la vergüenza. Y esperas la primera llamada que no se produce nunca. Esperar me ha enseñado a aprender, a no esperar demasiado, a desechar las esperas innecesarias y quedarme solo con las buenas, aunque muchas de esas esperas hayan sido las más largas.
Impaciente esperas la vela con el número dieciocho ensartado en tu tarta de cumpleaños, y en el momento que terminan de cantarte la canción de rigor y contemplar el humo de las velas desvaneciéndose por encima de mi cabeza, termina la espera por el carné de conducir, por entrar en un bingo de verdad, no como el que improvisa tu abuelo en la cocina los  sábados por la tarde, por entrar a los locales a golpe de documento nacional de identidad y pedir una copita…y empieza aquí el resto de tu vida. Ya no vale esperar por lo que te digan los adultos de tu vida, llegó la hora de tomar decisiones importantes sobre tu futuro, y esperan lo mejor de ti.

Esperamos en los aeropuertos, esperamos reencuentros, maletas, la respuesta a todos nuestros males, a la muerte lógica, a la ola que te va a revolcar y a la tierrilla que se te mete en los ojos cuando  hay viento; esperamos cosas malas y buenas, aunque las  primeras la mayoría de las veces no te las esperas; esperamos al dolor, a las noticias, a los veredictos a tu favor o en tu contra por los juicios que te harán a lo largo de tu vida. Esperamos por el primer beso, por el sexo, por  estar a  la  altura, esperas a independizarte para tener un perro, esperas a que alguien te diga alguna vez “cuando tengo que hacer colas interminables, en mi mente, espero en ti”, esperas lo ideal, la sorpresa, el susto, aunque siempre causa el efecto que le corresponde, aunque te lo esperes. Esperas a las consecuencias  de tus actos, a la  felicidad y también a la tristeza, a las discusiones y despedidas, a las decisiones y aprobaciones de los demás. A veces la espera dura años o toda la vida y….

Las ocho. Están abriendo las puertas y somos de los primeros. Nos volvemos como niños chicos, la ansiedad ocupa el lugar de la espera y la paciencia, y a base de respetuosos empujones, echamos a correr para coger los mejores sitios. Lo conseguimos, primerísima fila… Esta media hora se me ha ido volando con el humo de los cigarros. Se apagan las luces, y la emoción embarga a las masas, el pulso de cientos de personas al borde del colapso, gritos, aplausos, silbidos, mecheros encendidos, histeria colectiva e individual, torres humanas, que para nosotros, desde nuestra situación privilegiada, son de tamaño diminuto. Comienzan a sonar clarinetes y trompetas, bajo un foco, mientras el resto del escenario permanece a oscuras; la sutil guitarra se une, junto con el golpeteo suave de la batería, y dos minutos después, bajo una  luz tenue la palabra “summertime” se oye en la voz rota de Janis Joplin. Tenía las entradas desde hacía tres meses, y esperar por ella siete horas de mi vida valió la pena.

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Relato: "La vida en espera" por María Vanessa López Torrente se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en relatosdelacolmena.blogspot.com.es.