miércoles, 28 de febrero de 2018

El diario



27 de abril

Comienzo este diario por recomendación de mi terapeuta, y la verdad es que no sé por dónde empezar, porque no estoy seguro de cuál fue el principio.

Aunque tengo que confesar que me da miedo escribir, me causa terror leer las palabras que escupe el bolígrafo, dudo de mi mismo, no sé si me habré curado aunque en un papel ponga que sí, y yo lo haya verbalizado.

Me hago adicto a todo, todo cuanto hago me engancha de una forma poco sana: escribir, leer, comer, lavarme las manos o los dientes, recortar, dibujar aunque no se me dé bien, ganar, a cualquier deporte, caminar, cocteles de anfetaminas y pastillas para dormir …entre otras muchas cosas, y he de confesar que algunas de ellas me provocan vergüenza. Pero lo último acabo conmigo, tanto que la adicción me quitó semanas de sueño, lo que me indujo al principio de todo esto, que no recuerdo. Mi terapeuta dice que es amnesia selectiva, espero no engancharme a esto también.

30 de abril

Todo empezó por una lista de la compra. Comencé a escribir en un pedazo de papel lo que necesitaba para sobrevivirle al mes, y sentí un desconocido placer observando las curvas y rectas de las letras, sus imperfecciones, sus variados tamaños; sentí placer en las manos, en los dedos e incluso tuve una erección disfrutando del suave deslizamiento de la punta del bolígrafo en el papel, sin esfuerzo, sin prisas.

Cuando me di cuenta, había escrito la lista de la compra para un año entero, y a partir de ese momento no pude parar de escribir. Comencé a copiar libros, artículos de periódicos, panfletos, prospectos de medicamentos, recetas; hacia listas de todos los verbos que me venían a la cabeza y luego los ordenaba según su conjugación o listas de nombres propios que ordenaba alfabéticamente. Escribía en todas partes, mientras caminaba, en servilletas, en  mis brazos y manos, en los manteles de papel de las cafeterías, en las tapas de los libros, y cuando me quedaba sin papel, escribía en las paredes, en el suelo, en el techo, en las suelas de mis zapatos. En mi casa no quedaba hueco para una palabra más. Pero seguí y seguí: me volví adicto a la escritura, pero tanto derroche de tinta no me convirtió en escritor.

4 de mayo

Tengo que intentar recordar que ocurrió después de la lista interminable de la compra. Sé, que después de la adicción a la escritura me hice adicto a otra cosa, pero por mucho que medite, que rebusque en mis recuerdos no logro dar con ello. La terapeuta me recomienda, como último recurso la hipnosis, pero esa idea no me motiva.

5 de mayo

Hoy me he despertado con un nombre de mujer en la cabeza “Elena”, y al recordarlo me dolieron las plantas de los pies. Me descalce y tengo cicatrices de quemaduras de cigarrillo y no sé por qué, solo sé que Elena tiene algo que ver.

Recordar su nombre me hace sentir bien, reconfortado, feliz, solo decir su nombre en voz alta provoca firmezas en mi entrepierna, y sentir el dolor que había omitido mi sistema nervioso hasta ahora, me causa placer. Quizás tuve una noche de sexo sin límite, y si fue así que lastima no acordarme.

10 de mayo

Sigo despertándome con su nombre en mis sueños, y con el dolor de las quemaduras aunque ya se han cicatrizado. No avanzo. Estoy un poco frustrado, pero la terapeuta me pide paciencia. Ella tiene la respuesta pero quiere que la encuentre yo mismo, que ya sabré el porqué.

Por mucho que escudriñe en mi memoria, no encuentro nada, tampoco tengo prisa, no tengo a dónde ir ni a quién recurrir, supongo que me habré hecho adicto a la prisa. Tengo que tener paciencia. Mañana es otro día, quizás diferente.

13 de mayo

Hoy mi madre cumpliría 86 años, la echo de menos.

17 de mayo

Hoy me despertó la lluvia tocando en mi ventana insistentemente, y con el recuerdo de Elena más claro. Recordé que la había conocido en una librería, una que suelo frecuentar bastante por su variada colección, pero no recuerdo que estaba buscando, algo concreto seguro porqué siempre voy a tiro hecho.

23 de mayo

Llevo varios días despertándome de madrugada, pensando en ella, y por fin comienzo a recordar…

Buscaba un libro sobre masoquismo, me lo recordaron los cortes de mi lengua, y encontré a Masoch, más bien ambos lo encontramos. Yo ya me había hecho adicto al dolor, bueno no al dolor en sí, sino al alivio posterior: me hacia cortes, explore con auto-asfixia, experimente con agujas pero necesitaba algo más.

Después de una inusual conversación, nos intercambiamos los teléfonos.

27 de mayo

Recuerdo nuestras conversaciones telefónicas, nuestros planes, y poco a poco fuimos cogiendo confianza, hasta tal punto que estábamos preparados para el siguiente paso.

Nuestro primer encuentro fue sublime. Estuvimos colocados de dolor un fin de semana entero. Tuve que utilizar maquillaje para que no se me notaran los golpes, quemaduras y cortes, pero valió la pena.

Los encuentros posteriores fueron cada vez más brutales: cadenas, látigos, fustas, esposas, pequeñas herramientas, collares de castigo, consoladores, cuero, látex, humillaciones tanto físicas como verbales e incluso llego a ejercer pequeñas descargas eléctricas en mis testículos…

Estos recuerdos me dan ganas de irme ya a la cama.

30 de mayo

Los sueños son cada vez más claros…

Elena y yo continuamos investigando. Llevamos el Bondage hasta el límite, utilizando gomas que nos provocaban quemaduras y orgasmos espontáneos. Recuerdo un día en el que me golpeó tan fuerte, que perdí la conciencia por unos minutos y aunque me da vergüenza admitirlo, me desperté con ganas de más.

2 de junio

Con Elena todo valía, no recuerdo un “no” de su boca.

Nos hacíamos perforaciones en la piel con agujas de diferentes diámetros y bañábamos las heridas con sal. Reconozco que a veces me sabía a poco. Estaba sediento de alivio, mi adicción se estaba haciendo con el control de mi voluntad.

10 de junio

Ya sé porqué estoy aquí. Cometí un acto imperdonable.

Yo frecuentaba mercadillos en busca de objetos que me sirvieran para jugar con Elena, y encontré unos electrodos que daban pequeños impulsos eléctricos con un mando para controlar la intensidad, y me lo compré. Un juguetito nuevo.

Hasta ese momento, en casi todos nuestros encuentros yo jugaba en el papel de pasivo, ella era la sádica, la que me sometía, pero a ambos nos apetecía cambiar los roles.

Ese día llovía y ella estaba esplendida. Bajo el abrigo llevaba un mono entero de látex que le marcaba cada curva, cada excitante imperfección, todo en ella me provocaba adicción. Para quitarle la prenda tuve que usar aceite y me llevo un buen rato. Luego la até de brazos y piernas, dejándola inmovilizada.

El pulso me iba a mil por hora, salivaba profusamente y deje que el líquido de mi boca cayera sobre su aceitoso cuerpo. A continuación, perforé pedacitos de su piel con agujas, lentamente, observando la expresión de su cara, la coloración que aparecía alrededor de los pinchazos, y mientras apretaba sus pechos con gomas elásticas, ella me retaba a que fuera a más. Le rodeé el cuello con una media y la apreté ligeramente, mientras apretaba sus pezones hinchados por la presión de las gomas. Y ella imploraba más dolor.

Después de fustigarla, le fui sacando poco a poco las agujas, le desaté las piernas y la penetré ligeramente, para continuar con la acción; la coloqué de lado y le volví a atar las piernas. La situación había llegado al clímax idóneo para sacar mi nuevo juguete. Lo conecté y algo ansioso, le coloque los electrodos en las nalgas y cerca de los genitales y le apreté más la media del cuello; ella confiaba ciegamente en mí y yo en ella, pero yo no debería haber confiado tanto en mí, en un adicto.

 Mi mente estaba desbocada, me notaba los ojos inyectados en sangre, tenía la imperiosa necesidad de hacerle daño, había cruzado la línea. Sin pensarlo, sin avisarla, saltándome los códigos, le apliqué corriente, y ella comenzó a contorsionarse, a gritar de placer y yo me volví loco. Me convertí en un sádico despiadado y aumenté la potencia, quería que gritara más, que sufriera más…y su corazón sucumbió…

Cuando nos encontraron, ella seguía atada, y yo desnudo llorando sobre su fría piel, desvariando, rodeados de sustancias expulsadas  por nuestros cuerpos, supongo que para los sanitarios y el casero habrá sido una imagen difícil de olvidar.

Ahora entiendo a mi terapeuta, no lo hubiera creído si me lo hubieran contado.

Así que estoy dónde merezco estar, atormentado por las imágenes de lo que hice, sintiendo el dolor de las heridas cicatrizadas, en una sala vacía sin nada adictivo con lo que alimentar a mi personalidad.





Licencia Creative Commons
Relato: "El diario" por María Vanessa López Torrente se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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