domingo, 8 de febrero de 2015

El psicópata.



Salí del edificio para desayunar. Acudí a la cafetería de siempre, dónde la clientela a esa hora solía ser la de siempre. No había mesas libres y me escurrí hasta un hueco que había en la barra. Le pedí a Manuel, el camarero, una tapa de lo de siempre con un codito de pan recién sacado del horno, y un café con leche. Mientras saboreaba el mejor plato de carne con papas, sentí que alguien del final de la barra me observaba, posiblemente por la rareza del desayuno. La curiosidad me condujo a echar un vistazo. Y allí sentado en un taburete estaba el hombre más pelirrojo que había visto jamás, no tenía sitio en la  cara para una peca más. Supongo que se daría cuenta de mi cara de sorpresa al encontrarme con algo tan exagerado e inusual, además de quedarme suspendida en el verde y profundo de sus ojos. Nunca había sentido deseo a primera vista. Las escenas que se me pasaron por la cabeza en el instante en que se encontraron nuestras pupilas dilatadas, inundaron a mis mejillas de un calor insoportable y rápidamente retire mis ojos de los suyos. Hasta llegué a sentirme un poco avergonzada cuando salí por la puerta del establecimiento, pero en cuanto me dio el aire, sonreí y pensé “que sería mucha casualidad volver a encontrarme al pelirrojo”.

Cuando volví a la oficina todavía tenía las mejillas sonrosadas y calientes como el pan que me acababa de comer. Pensé en el suceso unos minutos más, y lo guarde en mi memoria en la “p” de pelirrojo para proseguir con el trabajo.

De la pantalla al teclado, del teclado a la pantalla, extendí la mano para dar alcance al vaso de agua que tenía a mi derecha, ángulo desde el que se veía la puerta que daba al ascensor. Cuando di el primer sorbo, vi como salía un hombre pelirrojo y me atragante, tanto que expulse la mitad del buche de agua por la nariz. Fue patético y fui el centro de todas las miradas preocupadas. Yo solo pensaba en lo casi imposible que era encontrarme a dos pelirrojos en un par de horas ¿Y si me había seguido?

A partir de ese momento el minutero y el segundero empezaron a caminar muy lento, mientras la ansiedad por comer me llenaba la boca de saliva. Por fin llego el momento de salir de allí por una hora, respirar aire fresco, estirar las piernas, hasta llegar a la cafetería. Antes de entrar me convencí de que si el sujeto pelirrojo estaba allí, no era porque me estuviera siguiendo sino por otras múltiples razones que no tenían nada que ver conmigo. Esta vez había mesas libres. Me instale en una de ellas, y le pedí al camarero lo de siempre. Luego eche un vistazo a mí alrededor para comprobar si estaba, y con algo de desilusión comprobé que no. El almuerzo no me lo comí, lo engullí y detrás un gran vaso de agua, para facilitar la llegada de los trozos de comida a mi estómago.

Cuando salí, todavía me quedaba tiempo antes de volver a manosear el teclado, así que me senté en un banco a saborear los rayos invernales del sol. Quince minutos después, me incliné  para levantarme y entre la multitud de gente que transitaba la rambla, vislumbré una caballera pelirroja que se dirigía rápidamente hacía mí. Su mirada me atravesó, parecía que me quería comer literalmente y aceleré mis pasos sin mirar atrás. Llegué por fin al edificio con las pulsaciones a todo lo que daban. Me senté en mi silla, poniendo la yema de mi dedo en el botón de encendido y perdí la noción del tiempo pensando en el pelirrojo. De forma totalmente irracional deseaba que ocurriera algo, un contacto, un momento a solas con él. La  razón deshecho lo anterior y me agobié pensando en el final de mi jornada laboral, en volver a poner un pie en la calle y que él estuviera ahí a saber con qué intenciones, podía ser un acosador o un psicópata, puede que incluso llevará varios días siguiéndome.

Después de la tarde laboral tan poco productiva, llegó la hora de apagarlo todo. Salí muy despacio a la calle y mire a mí alrededor. Ya estaba oscureciendo, hacía frío y el suelo desprendía humedad, todavía había paraguas abiertos  pero ya no llovía, y me mezclé con la gente vigilando mis espaldas. Iba observando los puestos de la rambla, cuando me tope de frente con unos girasoles y los necesité para reconfortarme. Con las flores en la mano, seguí el camino a casa.

Crucé el puente y ya estaba a dos calles de mi destino, cuando apareció el pelirrojo de la nada y yo me quedé sin respiración. Abracé con fuerza el ramo de  girasoles y apresuré el paso todo lo que me permitían los enormes tacones que llevaba. Pude escuchar cómo me pedía que lo esperara y eso hacía que caminara con más ganas. Casi llegando a la puerta, me alcanzó. Sin aliento  agarró mi brazo, apretando en su justa medida y yo me dejé. De nuevo esa mirada, y de su boca salió el porqué de su presencia. Me había dejado algo olvidado en la  cafetería por la mañana. Se acercó a mi cara y me devolvió el deseo que me había dejado en sus pupilas, besándome sin cerrar los ojos. Metí la llave en la cerradura y el pelirrojo cerró la puerta tras de sí.

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Relato: "El psicópata". por María Vanessa López Torrente se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en relatosdelacolmena.blogspot.com.es.