domingo, 24 de enero de 2016

El reparto



Era la última entrega del día, y para colmo era bastante lejos, aunque dentro de nuestro rango de reparto. Cargué la maleta de la moto con las berenjenas a la parmesana con guarnición, mus de plátano, pan de ajo y dos botellas de treinta y tres centilitros de jugo de arándanos. Y me puse en camino con la dirección en mente: Polígono Industrial de la Química; parcelas y parcelas minadas de edificios dedicados a la industria farmacéutica y médica: laboratorios, venta de artículos sanitarios, distribuidoras, investigación, y allí que me fui con la cena sobre ruedas.

La moto no tiraba mucho, así que me aprendí todos los atajos, aunque algunos no estaban destinados para la circulación de motocicletas. Antes de llegar al polígono había un camino de tierra, no muy largo, e inexplicablemente el único tramo sin luz, que te ponía los pelos de punta, ya que era una zona bastante solitaria y más a aquellas horas. Mi destino estaba cerca, parcela cuatro, avenida principal, número doce. Era un edificio con varias oficinas, con un pequeño aparcamiento, donde solo había un solitario coche y un cartel que ponía Solo para empleados de Psicotex.

Cogí la cena, aún caliente y toque el timbre. Una voz femenina me atendió, indicándome que me dirigiera a la oficina número diez. Llegué a la puerta y toque suavemente, había más que silencio, parecía un hospital, y la voz femenina me dio permiso para entrar. No vi a nadie, y en cuestión de segundos un terrible dolor en la cabeza hizo que me desvaneciera, supongo que me desmayé. Cuando volví en mí, estaba confuso, veía borroso, sentía presión en las muñecas y tobillos, y mi corazón comenzó a bombear con fuerza.

Estaba atado a lo que parecía un sillón, como los de las clínicas dentales. Comencé a sudar, a respirar fuertemente, preparándome para pelear, para huir, pero no podía. Mientras pensaba sin pensar, escuchaba muebles arrastrándose, portazos, susurros, guantes de látex chocando contra una muñeca, y yo no podía emitir sonido alguno, el miedo había paralizado a mis cuerdas vocales. De repente un alarido llego a mis oídos, provocándome más ansiedad, más sudor, más aumento de la respiración, sin poder gritar, sin saber que iba a ser de mí, cuando mis esfínteres asustados no aguantaron más. Estaba literalmente cagado de miedo.

El sudor me salía a borbotones. Después de un rato sin escuchar nada, sentí una presencia detrás de mí, no podía girarme pero sentía su respiración, y volvieron los alaridos, acompañados de sonidos parecidos a los taladros de los dentistas, y más gritos, llantos y portazos. Yo estaba al borde de la locura, pensé en mi madre, en mi perro, en que esa noche no me tocaba a mí el turno, en lo que me iban a hacer cuando terminaran con el pobre que gritaba. Me iban a torturar.

Apretaba tantos los dientes, que me partí una muela. La tensión  casi me había  paralizado los músculos, estaba totalmente rígido y dolorido, cuando un foco de luz muy potente me alumbro directamente a la cara. A pesar de tener las pupilas dilatadas a su máxima potencia, no podía ver nada, pero si oír las ruedas de una mesa acercándose, de nuevo la respiración pero más fuerte. Comencé a temblar, mis piernas se movían involuntariamente con pequeños espasmos, tanto que movía el sillón, y completamente aterrorizado me puse a llorar, mientras escuchaba de nuevo los gritos y cerca de mí sonidos de metales, de una radio con interferencias, muebles siendo arrastrados, hasta me pareció escuchar el agua de un grifo. Y con todos esos estímulos mi corazón estaba a punto de reventar, a punto de rendirse a la  arritmia, cuando de nuevo sentí un tremendo dolor de cabeza, y supongo que me volví a desmayar.

Cuando me desperté estaba tirado en el suelo, al lado de la puerta, dolorido, débil y lo veía todo borroso. Tenía miedo de moverme, me hubiera hecho una bolita y me hubiera quedado allí hasta que me encontrarán. Todo mi ser apestaba a desechos humanos. Cuando recupere la realidad, me levanté como pude sin mirar atrás, me toqué por todas partes para comprobar que no me faltaba ningún miembro. Me dirigí al pomo de la puerta para largarme de allí, cuando vi en el pequeño  mostrador de la entrada, el dinero de la cena sobre el recibo, donde habían escrito: quédate con la vuelta. Lo cogí  y sumamente desconcertado salí, y mientras cerraba la puerta tras de mí pude leer en el cristal: LABORATORIO DEL MIEDO.

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Relato: "El reparto". por María Vanessa López Torrente se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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