lunes, 18 de noviembre de 2019

La partida







Los dos contrincantes llegaron a la vez y aunque habían llegado a la par, uno paso primero al interior de la habitación, así que los llamaremos Primero y Segundo.

Las paredes eran de un blanco impoluto, un blanco que brillaba, que hacia rebotar la luz que emitía el fluorescente del techo, haciéndola muy luminosa y espaciosa. El único mobiliario que había era una pequeña mesa redonda y dos cómodas sillas del mismo color que el habitáculo, dos vasos de plástico y una jarra con agua, y de la pared colgaba un dibujo de Escher, dos manos dibujándose la una a la otra, en blanco y negro.

Los jugadores se sentaron uno frente al otro. Sobre la mesa estaba el tablero con los dos colores ya asignados: amarillo para Segundo, verde para Primero. Antes de comenzar la partida, Segundo tenía una idea que le rondaba por la cabeza desde hacia tiempo, y pensó que estaría bien ponerla en práctica para que el juego fuera más interesante, y se moría por presentársela a su contrincante...”¿qué te parece si cambiamos algo? ¿qué te parece si dejamos la suerte en las manos del otro? Yo tiro los dados y mueves tú, y al contrario ¿aceptas?”...Su oponente asintió con la cabeza.

Empezaba él que sacara el número más alto. Salían con un cinco, la partida iba a dar comienzo y la suerte estaba echada en las manos del otro. Los dos a la vez sacudieron sus cubiletes, y los pusieron boca abajo en el tablero. Levantaron a la de tres: Primero sacó un cuatro para Segundo y éste sacó un seis, por lo que volvió a tirar para Primero dándole un cinco, y éste con soberbia sacó y arrastró la ficha verde hasta la casilla de salida.

Primero tiró y Segundo no tuvo suerte, un tres. Segundo lanzó el dado y le regalo otro cinco, construyéndose su oponente una barrera. Primero tiró de nuevo, un seis, volvió a tirar bajo la mirada expectante de su contrincante, y cuando asomo el dado, allí estaban los cincos puntos, estrenándose así la salida de la casa amarilla. En la siguiente tirada, Primero rompió la barrera con un tres, un misero tres pensó, tenía tan poca paciencia que aunque estaban comenzando la partida, enseguida se le pasó por la cabeza que tenía que estar muy atento por si Segundo hacia  trampas, eso de la suerte se le había ocurrido a él, y quizás había truco.

Después de veinte minutos de partida las fichas de ambos ya habían salido de casa, los dos estaban jugando intensamente, concentrados en los movimientos del otro, intentado adivinar una estrategia, una jugada redonda, tanto que la estancia estaba sumida bajo un silencio eclesiástico, pudiéndose escuchar claramente el respirar acelerado de los dos, unicamente acompañado del sonido del dado chocándose una y otra vez contra el cubilete, dejando paso al ligero golpe contra la madera del tablero. Primero lanzó el dado, lo que llevo a Segundo a comerse una ficha verde, y justo a veinte casillas estaba la meta, el deseado centro del tablero, y aunque había metido una, eso no decidía nada; pero sí para Primero, no sabía ganar y menos perder, y lo demostraba con la tensión de su mandíbula y la mirada de casi odio que lanzó a Segundo cuando éste, mientras se comía su querida ficha, soltó jocosamente un “mmmm...que rico aperitivo”.

Le tocaba mover a Primero, un seis, deslizó la que estaba más cerca del pasillo verde, otro seis, movió la misma, nervioso, otro seis y de vuelta a casa. Segundo lanzó el dado, expectante, un cinco, y el aperitivo volvió a la salida. Primero estaba cada vez más nervioso, y se podía adivinar por como agitaba su pierna desde el pie hasta el muslo, haciendo pausas cuando le tocaba lanzar.
Primero sacudió con fuerza el cubilete y lanzó, un seis, Segundo estaba a punto de llevar otra ficha al centro, su contrincante volvió a tirar, un cinco y a la meta. Primero sudaba profusamente, nadie le había ganado nunca al parchís, se consideraba invencible, de hecho continuamente se lo decía a si mismo ¡Soy invencible! Estaba realmente frustrado.

Segundo tiró, un dos. Primero pensó durante unos segundos cuál de las tres fichas mover: una en la salida y otra a medio camino pero con peligro de ser devorada, aún así se arriesgó y se decidió por la que estaba a medio camino, que es la vida sin riesgos. Después de mover lanzó el dado, un seis para Segundo, y después un cinco, más cerca que lejos del pasillo amarillo, y la mandíbula de Primero parecía que tenía vida propia.

Segundo sacudió el cubilete pacientemente, mientras el movimiento de la pierna de su contrincante estaba a punto de causar un terremoto en la habitación, derramó el dado lentamente sobre el tablero, un cinco, colocándose su contrincante cerca de la ficha amarilla, parecía una serpiente persiguiendo a un pajarito. Primero quiso imitar la calma de su oponente, pero le pudo más el ansia de ganar, haciendo que el dado cambiará el tablero por el suelo. Segundo lo recogió algo violentado, y se lo puso en la mano. Volvió a tirar, un seis, seguido por un tres, y dentro del pasillo.
Primero se retiró ligeramente de la mesa, para respirar y pidió un momento para beberse un vaso de agua. Mientras Segundo no podía evitar la expresión de satisfacción de su cara, la ponía, así, inconscientemente, y cuando iba a soltarle a su contrincante que solo era un juego, al verle la cara roja de rabia contenida, se lo guardó y se lo tragó.

Segundo tiró el dado, un seis, luego un cinco, sacando su oponente la última ficha que había vuelto a casa. Primero parecía más relajado al ver que el pasillo verde estaba cada vez más cerca. Éste lanzó el dado, un tres para Segundo, y una sonrisa sarcástica se dibujó en la cara de su oponente, se alegraba de aquel pequeño avance. Otro seis para Primero y dentro de la alfombra verde, y aunque todavía tenía que sacar dos fichas adelante, se regocijaba en la silla.

Llevaban cuarenta minutos de partida, y la tensión cortaba el aire. Segundo le dio un cuatro a Primero, y con este movimiento se quedaba a dos casillas para la meta. Él casi ganador movió su ficha, un seis, riéndose por dentro, otro seis, y ya no reía tanto, estaba tan cerca, otro seis sería devastador, y cuando Primero lanzó el dado, dos vueltas en el tablero y como si pesará diez toneladas otro seis, acompañado de un ¡tomalo! de su oponente. Segundo deslizó con la cabeza agachada la ficha de vuelta a casa, y tiró, dándole a Primero un seis, que se iba a centrar en la ficha que ocupaba la casilla de salida. Otro seis y por último un uno. Ahora Segundo era él que pedía una pausa para beberse un vaso de agua, en dos tragos para ser exactos, estaba sorprendido por el giro que había dado la partida, aunque sabía que podía ocurrir no pensó ni por un momento que le pudiera pasar a él.
Primero tiró y le dio suerte a Segundo, un cinco y de vuelta al ruedo. Pero la suerte estaba echada, ya estaba firmada y sellada. La carrera de Primero fue excelente, con un dos llevó a su segunda ficha a la meta, y las otras dos avanzaban raudas, mientras la última ficha de Segundo se había convertido en una vieja y lenta tortuga. Se habían cambiado las tornas.

Primero lanzó el dado relajado, encantado, y le dio a Segundo el tercer tres, y ahora era él, él que se planteaba si su contrincante estaba haciendo trampas. Segundo estaba abatido, solo deseaba que la partida llegara a su fin, pero todavía tenía que sufrir un poco más; tiró y otro seis para Primero, con el que metió su tercera ficha en el pasillo verde, su ego estaba pletórico, estaba eufórico, convirtiéndose en un burlón cansino, y eso hacía que su oponente estuviera incómodo. Segundo respiró y volvió a tirar, un cinco para Primero, que movió su cuarta ficha.

La tortuga de Segundo parecía cada vez más lenta y él más hastiado. Cuando, en un pestañeo, Primero ya tenía su tercera ficha en el centro y la cuarta a diez casillas de ganar la partida; no paraba de agitar las piernas, las pupilas dilatadas, concentradas en la jugada. Un misero dos para Segundo, un cinco para Primero, un cuatro para la ficha amarilla, un seis para la verde y dentro del pasillo, solo lo separaba de la victoria un dos. Segundo totalmente pasivo volvía a tirar deseando que el dado le mostrara los cinco puntos que terminarían con aquella partida, y le quitarían a aquel abusador de delante, que no había parado de hacer comentarios sobre cómo perdía y dónde se podía meter la cara de satisfacción que había mostrado antes. Y suerte para los dos, el dado les dio el cinco.

La reacción de Primero fue saltar de alegría, mientras le gritaba a su oponente que era un puto perdedor y que le había dado la lección de su vida. Segundo se recostó calmadamente en su silla, y lo miró fijamente esperando que terminara con su individual y cruel celebración. Primero la alargó durante unos minutos, y al finalizar Segundo le preguntó...”¿te vas a quedar conmigo para siempre, verdad?”... Y se hizo un largo silencio.

Lo que no sabían los jugadores, es que la partida había tenido público. El dibujo de Escher era un truco, un espejo, y estaban siendo observados desde la habitación contigua, aunque sería más acertado decir observado, en singular, ya que en aquella partida solo había un jugador. Los observadores se miraron y por fin tuvieron todo lo necesario para tener un diagnóstico claro, había sido un paciente difícil, un reto para ambos pero con aquella partida de parchís lo tenían: el veredicto“Personalidad Múltiple”.

Segundo, en un tiempo había sido Primero y único, pero en un momento de saturación vital apareció Segundo tendiéndole una mano a su psique perturbada, y poco a poco comenzó a relevar a Primero, convirtiéndolo en Segundo y viceversa. Y al finalizar la partida, Primero había conseguido instalarse por completo, y Segundo nunca volvería a ser Primero.


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lunes, 9 de septiembre de 2019

El discurso


Hoy me desperté sobresaltada, soñaba que era el día y que me había dormido, será porque faltan exactamente nueve días y tengo los nervios de los nervios.

Me levanté destartalada, con una enorme pesadez en la mandíbula y en los ojos, dormí demasiado, y eso significaba pasar el día en el aire; a mi cerebro no le sienta bien dormir más de la cuenta. Aún así hice lo de siempre, lavarme la cara y abrir las cortinas del cuarto, deslizar el cristal de la ventana, asomarme y mirar al cielo para predecir el tiempo y darle un repaso a la calle de derecha a izquierda, con los ojos chicos deslumbrados por las primeras luces del día. Desde mi ubicación puedo ver una parte de la avenida, que en esta época del año está cubierta por un manto de flores rojas de los framboyanos que la recorren entera, plantados muy cerca los unos de los otros. Altos y robustos, con su intimidad, la intimidad de los árboles, dejando entre sus ramas una ínfima separación que apenas se aprecia sino miras detenidamente; es de admirar el respeto que existe entre ellos.

Después del ritual mañanero fui a la cocina a prepararme el desayuno y mientras se hacia el café, me sobresaltó la alarma del despertador que me recordó de sopetón y con gran pereza, la cita que tenía ese día. Había quedado con una amiga para darle un fondo elegante a mi armario, bueno más bien un fondo en general, no tengo mucho dónde elegir, detesto ir de compras y la moda, pero no tengo más remedio.

A pesar de que no me había levantado con buen pie, me hacia ilusión elegir el vestuario para uno de los días más importante de mi vida, y también para creérmelo del todo. Han pasado meses desde mi nominación al premio y todavía sigo sorprendida. En ningún momento de mi larga carrera profesional, me planteé que valorarán mi creatividad públicamente, que le pusieran cara y voz a todas esas obras que llevan un pedazo de mi y de las personas que forman o han formado parte de mi vida.
En cuánto a las compras, encontré algo que siempre había querido tener, un traje de chaqueta y pantalón, negro, ceñido, para mi gusto elegante, y una corbata, que a pesar de la negativa de mi consejera en moda a que me lo comprara, me lo probé y supero mis expectativas, no tenía que buscar más. En lo único que cedí fue en le color de la corbata: roja, para que hiciera juego con mis mejillas. Una cosa menos de la que preocuparme.

He tenido mucho tiempo para pensar en ello, en cómo me voy a sentir tanto si gano como si pierdo, en cuál será mi reacción; en si me sentiré merecedora si gano, en las caras de mis seres queridos que me acompañarán en tan glorioso día, y un sin fin de cosas, algunas más extravagantes que otras.

Nunca he vivido algo así, y he de reconocer que no gestionó bien esto del reconocimiento público, pero no porque crea que no me lo merezca (aunque todo siempre se puede hacer mejor), supongo que será porque no me gusta ser el centro de atención, y todo viene por un trauma de la infancia. En preescolar tenía una maestra que en el día de tu cumpleaños te sacaba delante de tus compañeros, con toda su buena intención, y te cantaban el cumpleaños feliz, y justo el día que me toco a mi, me sentía un poco mal del estómago, y al levantarme y ponerme delante de toda la clase se me aflojo una tripa y me cagué encima. Pase tanta vergüenza a la par que emoción, que me eche a llorar sin consuelo, y desde ese momento esto de exponerme en público me trae recuerdos de mierda.

Con respecto a lo profesional he conseguido todo lo que me he propuesto, peleando con uñas, dientes y cerebro, superando barreras que disimuladamente me han puesto en el camino, pero he resistido: y aquí estoy con una nominación en las manos. He pasado por diversas escuelas superiores, municipales y privadas, nueve años de mi vida estudiando, y moriré estudiando, aunque me considero afortunada, no me pesa, por dedicarme al cien por cien a lo que me gusta, a lo que me ha apasionado toda mi vida. Pero nunca se me había pasado por la cabeza que en algún lugar de este planeta podría haber alguien  pensando en mi, en mi trabajo, en mi trayectoria profesional, en mi vida, y a pesar de que miro el sobre y leo el comunicado todos los días, me cuesta creérmelo.

Lo único que me falta es lo más importante para mi: el discurso de agradecimiento. Lo he escrito y reescrito, le he dedicado mucho tiempo, y ya di con el conjunto de palabras correctas.

...” Antes que nada quiero agradecer a todos aquellos que han decidido valorar mi creatividad y esfuerzo, los cuales están impregnados por todas las personas de mi vida, que de alguna manera me han inspirado y acompañado en el camino, y que espero que lo sigan haciendo, así que este premio también es para ellos…Para terminar quiero dedicar este honor a la música...Supongo que todo comenzó mientras iba en mi primer vehículo, siempre acompañada de ese ritmo dinámico, organizado y repetitivo de los latidos de mi madre, y esa música me bajo por la garganta, y la necesidad del ritmo se me quedo para siempre...No recuerdo un momento de mi vida en el que la música no estuviera presente, creando un pasado, recordándome momentos, personas y sentimientos. Todo en mi existencia ha girado en torno a ella; la música de mis amores, de mis amigos, de mi familia,de mis recuerdos, conforman la banda sonora de mi vida...Y ha sido un inmenso placer para mi poder dedicarme a ella, a su creación y transformación, a componer y descomponer sus notas y a sentir sus caricias hasta el punto de poner todo el vello de mi cuerpo de punta...Y me enorgullece poder regalársela a ustedes, al mundo y que perdure en el tiempo, aún cuando yo no este...Muchas gracias”…

Ahora a soportar la corta espera.


                                         
                                                                                  ..."La música nos revela la esencia intima
                                                                                      del mundo, a través de los ritmos, la
                                                                                      sabiduría más profunda, y nos habla en
                                                                                      una lengua que la razón no comprende.
                                                                                      La música es la más metafísica de las
                                                                                      artes, ya que mientras las otras artes
                                                                                      nos hablan de sombras, la música nos
                                                                                      nos habla del ser"...
                                                                                                                         SCHOPENHAUER
                                                   

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sábado, 26 de enero de 2019

El lunático



Una vez conocí a un Lunático, de La Luna.

Mi tren se retrasaba debido a un accidente, y no me valía la pena moverme de allí. Logré conseguir un sitio en la abarrotada cafetería de la estación, aunque esperé y esperé por un chocolate con torrijas. El ambiente estaba turbio, las voces se pisaban, casi todas las sillas estaban ocupadas por personas enfadadas, tristes, preocupadas y muy pocas que comprendieran que no había con quién enfadarse. Aquella tragedia había provocado un caos.

Hacía frío y viento, pero estaba ansioso por fumar, así que me abrigue bien, me armé de valor y salí. El aire te congelaba la cara, podías sentir el peso de las cejas y las pestañas, olía a humo, a quemado y pensé en el accidente mientras me encendía el cigarro protegido por un pequeño saliente de la pared. Me imaginaba el escenario, el amasijo de hierro deformado sobre las vías, el fuego consumiéndolo todo con la ayuda del viento, a los bomberos y a los sanitarios de aquí para allá, a los curiosos molestando y a las victimas muertas o heridas; el perturbador sonido de las sirenas se escuchaba desde mi fumadero y hasta mi ubicación llegaban pequeñas partículas de cenizas.

Ensimismado con mi morbosa imaginación no me había percatado de que no estaba solo. A dos metros de mi ubicación, estaba sentado un hombre, de mi edad más o menos, vestía camisa de manga corta desafiando al frío, pantalón vaquero y unas cholas...¡unas cholas! me imaginaba esos dedos como carámbanos al borde de la gangrena, pero no parecía nada incómodo, al contrario, se le veía bastante feliz.

El viento se fumó la mitad de mi cigarro, así que me encendí otro. Cuando me giré el hombre feliz estaba a mi lado, me dio un susto de muerte. Pensé que querría fumar, así que le ofrecí uno pero negó con la cabeza, clavándome sus ojos extremadamente saltones, y me volví a asustar. El hombre estuvo callado unos segundos, aunque a mí me parecieron horas, hasta que habló, y lo primero que me dijo fue “¿me das un abrazo?” Me quedé sin palabras, pero accedí, eché el cigarro a un lado y le di un fuerte abrazo y bajo mi sorpresa estaba calentito. Pensé que era uno de esos súper humanos que solo necesitan cinco horas de sueño y que son capaces de controlar su temperatura corporal. Fue un momento extrañísimo.

Cuando terminamos el abrazo, el hombre feliz me miró de arriba a abajo y me preguntó que era lo que sostenía entre mis dedos e inmediatamente un escalofrío recorrió mi cuerpo. Con voz de “no me lo puedo creer” le contesté. Él lo miró fijamente y me volvió a lanzar otra pregunta “¿se come?” Y ahí además de soltar una corta carcajada, tuve la certeza de qué algo en aquel hombre no estaba bien. Le contesté amablemente y apuré el cigarro todo lo que pude bajo su atenta mirada, y de verdad que parecía estar ante algo sumamente sorprendente para él por la expresión de su pálida cara, de verdad parecía que nunca había presenciado el acto de fumar. Y observando la profundidad de sus ojos, algo me hizo sentir que era inofensivo.

Le expliqué de que iba el tema, y también las consecuencias, lo que despertó en él otra pregunta “¿y por qué lo haces?” Me sentí estúpido y apagué mi tercer cigarro. Y para desviar el tema le pregunté sino tenía frío, si tenía alguna técnica para soportar aquella noche de invierno. Y él me contestó…

...” Soy un lunático de La Luna y mi piel esta preparada para todo, como las yamas ¿sabes? Allí o hace mucho frío o mucho calor, depende del lado dónde estés, podemos estar a -248 grados como estar a 123 grados, a veces es difícil, pero a todo te acostumbras”…
Me quedé sin palabras, lo primero que me vino a la cabeza fue que se había escapado de algún sanatorio. Pero como no tenía nada mejor que hacer y el tren no llegaba hasta el día siguiente según las predicciones de los responsables, decidí quedarme fuera y conocer  más a fondo a aquel encantador lunático de La Luna.

El hombre feliz me confesó que hasta ese momento nadie había querido hablar con él, que cada vez que decía de dónde era la gente se apartaba como si estuviera loco, así que lo animé a seguir con la conversación y le pregunté cómo era eso de vivir en La Luna, ansioso por escuchar su respuesta.

...”Pues verás, allí todo es más ligero, si en La Tierra pesas 60 kilos en La Luna pesas 11. Hay polvo por todas partes, ensuciando y ensuciando y se pega a todo, a la ropa, al pelo...pero los lunáticos hemos desarrollado está estupenda piel que además de estar a prueba de temperaturas severamente adversas, también es inadherente”… Aquí hizo una pausa para que le tocará, yo tuve que haber puesto la cara de ¿eh? porqué insistió varias veces ofendido; otro momento raro, de esos que si me lo hubieran contado por la mañana, seguramente me hubiera infartado de la risa. Pero cuando lo toqué, el tacto de su piel me resulto fascinante, parecía estar cubierto por una fina capa de plástico, no podía dejar de tocarla, tan tersa y resbaladiza. Y el hombre feliz continuo después de la sobada.

...”No salimos mucho de casa, bueno no son casas como las de aquí, realmente vivimos en los cráteres, de ahí mi palidez”...Se echó una risita y prosiguió...“Debajo de cada uno de ellos hay túneles y habitáculos provistos de todo lo necesario para la vida subterránea, tenemos generadores para la electricidad y más abajo galerías de agua congelada, en fin no se vive mal, es una vida sencilla. No hay locuras como las dietas o la moda, siempre vestimos igual. Dormimos doce horas diarias, y como poseemos una digestión muy lenta, solo necesitamos comer una vez al día. Y del tiempo que nos queda, dedicamos tres horas a la jornada laboral y las nueve restantes las destinamos a nuestro disfrute, lo que se traduce en hacer lo que nos da la gana”…

Aprovechando la pausa me encendí un cigarro, y mientras lo prendía llegué a la conclusión de que los lunáticos eran una versión mejorada de los terrícolas. Después del primer tiro, le pregunté el porqué se su visita a La Tierra ...”Vine a buscar semillas de arboles lunares, sería maravilloso tener arboles allá arriba”...se sacó una bolsita del bolsillo con dichas semillas, y recordé que uno de los astronautas de uno de los Apolo, llevó consigo semillas esperando que La Luna produjera algún cambio en ellas, al regresar a La Tierra las plantó pero simplemente crecieron arboles terrícolas. Por un momento pensé en contárselo, pero quién era yo para quitarle la ilusión después de un viaje tan largo, así que puse cara de sorpresa y me alegre por él, y justo en ese momento dejé de verlo cómo un posible demente y me lo terminé de creer del todo: era un verdadero lunático.

Quedaba poco para el amanecer, y quería preguntarle más cosas antes de entrar a la cafetería a desayunar. Me causaba una tremenda curiosidad saber cómo iba a volver a su casa …”En aproximadamente una hora comenzará una breve tormenta eléctrica, y un rayo temporal vendrá a buscarme, y está cerca”...y me señaló al fondo, a las montañas que ya estaban cubiertas por unos enormes nubarrones negros, dejando solo al descubierto sus afilados y desafiantes picos.

Y antes de que el hombre feliz partiera, le pregunté qué era lo que más le había gustado de su visita al planeta azul, y mirando al cielo con la cara del hombre más feliz del universo, me contestó ...”En La Luna no hay viento, no llueve, así que imaginate el susto que me lleve cuando vi llover por primera vez; estaba en una cafetería, llevaba apenas unas horas aquí, y de repente escuché un repiqueteo en la ventana, y todo el mundo entraba despavorido, como si estuvieran huyendo de algo horrible. Yo salí valiente para comprobar de qué o de quién huían, cuando sentí la primera lluvia de mi vida, y la primera bocanada de viento que la acompañaba; al principio me asusté pensando que ese agua que caía del cielo me iba a desintegrar, que el fuerte viento que soplaba me iba a enviar de vuelta a mi casa. Y cuando fui consciente de qué nada de eso iba a pasar, me di cuenta de que era lo más fascinante que había visto en mi vida, y la disfrute, vaya que si la disfrute: los charcos los salté todos, la probé una y otra vez, jugué con el barro, y me senté en un banco a observarla hasta que se canso, acompañado por los últimos alientos del viento que hacían que todo volara a mi alrededor”…

Miró hacia el cielo y cerró los ojos, supongo que para sentir su última ráfaga de viento, y antes de despedirnos y darme las gracias por tan grato encuentro, me dijo ...”Pero, antes de irme, he de confesarte que lo que más me ha gustado de mi visita ha sido ponerme estas cholas, llevar esta parte de mi cuerpo al aire me ha hecho sentirme libre, créeme si te digo que  la vida en cholas se vive mejor. Me voy con el desconsuelo de no poder llevármelas”… Con una gran sonrisa y un fuerte y cálido abrazo, nos despedimos y entré en la estación sin mirar hacia atrás, mientras se empezaba a escuchar el sonido lejano de los truenos.

Al cabo de dos horas, anunciaban por megafonía que mi tren estaba a punto de llegar. Cuando salí me invadía la curiosidad por comprobar si el hombre feliz seguiría allí o si por el contrario el rayo temporal ya había pasado a recogerlo. Y al llegar al lugar dónde nos conocimos encontré sus cholas chamuscadas, las cholas que había llevado un auténtico lunático de La Luna.




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