jueves, 9 de abril de 2015

Descanse en paz



Por su imaginación se habían pasado incontables posibles finales para su vida, algo morboso e inquietante, pero un entretenimiento inofensivo para él.

En una de ellas moría arrollado por un tren de mercancías, de esos que hacen escasas paradas, colmados de gigantes cajas azules que daban la sensación de que se iban a caer en cualquier momento con el traqueteo. Visualizó el instante en el que la máquina chocaba contra su cuerpo, crujiendo sus huesos, desgarrando sus músculos; extrayendo de su boca cada una de sus piezas dentales e imaginaba como los pedazos de su ser se desperdigaban por toda la vía, dejando un espectáculo funesto para quien tuviera que recoger sus restos.

En otra ocasión le fallaría el corazón, se le reventarían las arterias en mitad de una obra de teatro, con el aforo completo, bajo la expectación de un público histérico, con el sonido de la lluvia invernal repiqueteando en los cristales, bajo el desafino de la orquesta perturbada por los gritos, y un crítico de la función nombraría el suceso, intercalado con su opinión de la obra, así se hablaría de su muerte y el trae y lleva la convertiría en una leyenda del teatro.

Otra posible forma de morir que había pasado por su imaginación, la provocaría una rápida y ansiosa ingesta. Se le quedaría atascado un hueso de aceituna en la garganta y aunque estaría en una cena, en casa de unos amigos recién casados, por azares del destino ninguno de los presentes sabría realizar la maniobra de Heimlich y la ambulancia no llegaría a tiempo, por lo que moriría acompañado de algunos de los seres más cercanos a su corazón, asfixiado por su aperitivo favorito por excelencia.
Su imaginación le proponía otras opciones de morir, como cuando por un dolor ingresaba de urgencia. El apéndice lo metería en quirófano, una operación sencilla, pero el cirujano llevaría cuarenta y ochos trabajando sin descanso, y entre el café, la cocaína, las enfermeras escasamente familiarizadas con quirófano y la falta de sueño, al hombre se le iría la mano cortando en el lugar equivocado, y una aguda hemorragia le provocaría una muerte por negligencia.

Otra probabilidad, era la de encontrar la muerte en la calle, caminando hacia el trabajo. Le caería una chinita, una ínfima piedrecita, desde una chimenea de la azufrera en construcción y justo en ese instante estaría mirando las nubes negras del cielo, pensando en la lluvia que se avecinaba y en que no tenía paraguas encima, cuando la china se acercaría a su frente a gran velocidad, atravesando el cráneo hasta el cerebro, partiendo la medula en dos, lo que provocaría su caída al suelo, espasmos, el movimiento involuntario de sus piernas, muriendo fulminado ante la atenta y terrorífica mirada de los transeúntes. Pero eso ya le había ocurrido a otro.

Nunca las ficticias muertes que se le ocurrían a su curiosa y excéntrica imaginación, le causaron miedo alguno, pero había una posible muerte que era incapaz de imaginar, la de fenecer sin ella, sin recuerdos del cariño, del tiempo y el espacio. No podía imaginar la muerte sin haber follado su cuerpo hasta que le hubiera aguantado el suyo, sin hacerle el amor a sus ojos un millar de veces multiplicado por más veces, sin contemplar la lejanía de su mirada o la cercanía de sus palabras, sin haber mordido sus labios todos los minutos de vida que le restaran. Le era imposible concebir una muerte sin haberla llevado volando a la luna, sin haber bailado al mismo ritmo o sin la música de los recuerdos, sin besarla de punta a punta, de norte a sur hasta empapar las sabanas con el deseo y la pasión de infinitas noches, de infinitos días. Sin haber guardado bien su olor y su sabor, hasta hacerlos propios de sus sentidos, hasta que estuvieran enquistados en su ser.

Aunque moría solo con sentir su presencia en el mismo edificio, no podía imaginar terminar la vida sin haberla disfrutado hasta el más mínimo de sus suspiros, hasta el más tenue aleteo de sus pestañas o la dulzura de cualquier palabra que saliera de su boca. No solo quería una vida a su lado antes de morir, quería la eternidad, porque una vida a su lado no le era suficiente para que pudieran decir en su sepelio Descanse en paz.

Licencia Creative Commons
Relato: "Descanse en paz". por María Vanessa López Torrente se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en http://relatosdelacolmena.blogspot.com.es/.

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