martes, 5 de agosto de 2014

Días díficiles


Marcial era el mayor de 24 hermanos y siempre tuvo ideas revolucionarias, más o menos desde que empezó a andar. Su padre era militar, así que cambiaban de residencia constantemente. Pasaron por Barcelona, Ceuta, Lugo, Canarias. En la Isla Bonita conoció a Lula y allí se quedó.

Lula era una mujer de campo, la pequeña de tres hermanos, que consideraban que por su condición de mujer no debía tener a su alcance los privilegios de la lectura y la escritura; su lugar estaba en la cochinera o en el huerto dejándose la piel. Eran aquellos tiempos en que si una fémina enseñaba los tobillos se la consideraba una fresca.

Su historia nació en un baile, siempre bajo la mirada atenta de la carabina, la madre de Lula, que no se separó de la pareja en toda la noche. Mientras sus cuerpos se movían con los compases de la música, aquella chica sencilla se dejaba seducir por la rebeldía de aquel muchacho que narraba con todo detalle los lugares y vivencias que llevaba en sus bolsillos. 

La vida en el campo era plácida, con la naturaleza a su merced, alejados de las normas del mundo exterior. Fueron dos vidas plenas, tanto que  tuvieron un hijo en pecado. Cuando el pequeño tenía tres años decidieron establecerse en la capital y casarse. Lula cosía y bordaba paños y manteles para las extranjeras, por otro lado Marcial se había hecho con un puesto de ayudante en una farmacia. Y conoció a Fermín.

Fermín iba a menudo, ya que estaba aquejado de artrosis reumatoide y precisaba de medicinas para el dolor constantemente. La mayoría de sus conocidos lo tenían por un comunista, lo que no era bueno para los tiempos que corrían pero no parecía importarle mucho, y a Marcial tampoco, ya que éste compartía con él la misma fe en el comunismo. La vida hizo que coincidieran con otras almas rebeldes y co-fundaron un pequeño partido local. 

Reunirse para debatir sobre asuntos políticos en aquellos tiempos estaba prohibido, y se castigaba a los autores sin miramientos. No pasó mucho tiempo cuando todos los miembros del partido tuvieron una visita. La benemérita les entregó uno a uno en sus domicilios particulares una citación, tenían que acudir al día siguiente por separado al cuartelillo. Marcial se quedó perplejo. Por la tarde, pidió permiso a su patrón para ausentarse, y el resto del día lo paso meditabundo con el estómago anudado.

A la mañana siguiente salió de su casa con traje de chaqueta y pantalón azul gastado, el pelo muy corto, la barba rasurada y el cuerpo asustado. Cogió el camino largo y pedregoso. A lo lejos pudo ver que alguien se acercaba de frente. Era Fermín. Arrastraba su cuerpo levantando polvo. Cuando llegó al encuentro de su amigo se derrumbó en sus brazos con el rostro inundado de sangre. Su ojo derecho había desaparecido debajo de un amasijo de piel morada y apenas podía respirar. Mientras su compadre lo sujetaba, con un hilo de voz le decía que huyera, que lo iban a matar. Marcial se quedó inmóvil, sin poder articular fonema alguno, su mente estaba batallando contra el miedo, hasta que la tos horripilante de Fermín lo sacó de su hipnosis. Arrastró por su amigo hasta la mitad del camino, mientras rebuscaba en su astucia una solución. Se detuvieron y le pidió a su magullado amigo que le contara a Lula. Marcial cogió rumbo a la cumbre, y Fermín marchó como pudo en la dirección contraria.

Bajaba un frío helado por la ladera con el viento de compañero, los dos contra el fugitivo, empujando con rabia su cuerpo aún asustado. El lugar que  iba a salvar de una paliza mortal a Marcial, estaba escondido bajo un saliente de la ladera norte que había descubierto cuando su vida estaba en el campo con Lula. Cuando llegó, el Sol empezaba a ocultarse y se adentró en una profunda cueva alumbrándose con un pequeño encendedor. Hacía frío y olía a humedad vieja. Derrotado se acurrucó en el fondo, se subió el cuello de la chaqueta y se durmió. Por la mañana estaba machacado, y allí se quedó en la penumbra chupando ramitas de hinojo y fumando picadura de tabaco. Pasó el día dormitando, pensando en Lula, en su piel tamizada de harina, tan natural que debajo de su vestimenta no solía llevar ropa interior, se sentía tan libre y despreocupada que lo seducía hasta los límites de su energía.

Pasados cinco días o quizás una semana, se atrevió a salir. Sus tripas rebuznaban y los labios secos y rajados ardían al Sol. Cuando se hubo adaptado a la luz emprendió el camino ladera abajo. El viento y el frío le dieron tregua. Sentía mucha angustia ¿Lo estarían buscando?

Con movimientos asustados y escondiéndose tras cualquier objeto, pared o medios de transporte, llegó hasta la puerta de su casa. Tras el emotivo recibimiento de su familia arrastró su cuerpo hasta el baño y se dispuso a sumergirse en el agua limpia y caliente, pero antes se miró en el espejo, como le había indicado Lula que hiciera, pudiendo observar que el pelo había perdido toda su pigmentación.

Nunca lo buscaron. Y se quedó con los cabellos blancos, testimonio del terror que sufrió en unos tiempos en que reunirse estaba prohibido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario