Soy
de esas que pasan de mano en mano. A veces me han cuidado y otras me han
maldecido, por herir la piel sin querer, o por caerme constantemente, pero la
pura verdad es que estarían perdidos sin mí, aunque no lo admitan. En ocasiones
me han olvidado pero siempre llega el momento en el que me echan de menos y van
en mi busca.
Me
han inundado con las gotas del esfuerzo y el calor, que durante un tiempo se
quedaban adheridas a mi diminuto esqueleto. Desde un lugar privilegiado observo
cómo se hurgan la nariz, siento sus lágrimas tibias y saladas, me adapto a sus
músculos cuando ríen o bostezan y me descolocó con los estornudos. He sido guía
de paseantes, viajeros y peregrinos, por lugares donde me ha salpicado la arena
y me ha escupido el mar. He contemplado tanta pena, tanto regocijo de cerca y
de lejos, que mañana mismo sería un buen día para terminar metida en un cajón oscuro
con aroma a recuerdos.
He
chocado con otras como yo, pero más modernas, sofisticadas, jóvenes y cómodas,
algo que nunca llegaré a ser, pero no por falta de interés sino porque
simplemente es imposible. A pesar de no poseer ninguna de esas cualidades, he
podido dar seguridad a quien lo necesitaba, convirtiéndome en un escudo
transparente entre ese alguien y el mundo.
Las
huellas de muchos dedos y la suciedad se han apoderado de mi cuerpo, están tan incrustadas
en mí ser que por mucho que me sumerjan en agua y jabón no me deshago de ellas.
Me siento sucia, manoseada y cansada. Ya es hora de jubilarme, tengo que dejar
paso a nuevos modelos y estilos.
Me retiro a un mueble de madera con gavetas alargadas, coronado por un cristal que hace la vez de tapa. Se llama Expositor, y me han hablado muy bien de este lugar. Voy a compartir residencia con otras como yo, monturas gruesas hechas de pasta, con incómodas patas y colores desfasados. Voy a vivir debajo del cristal y el habitáculo parece cómodo, con el suelo forrado con una tela del color del cielo en verano, con volumen, como si las nubes se hubieran metido debajo.
Antes
de mudarme al Expositor, han reconocido mi carrera y me han otorgado el título
de retro, por toda una vida de gafas.
Relato "Toda una vida" por María Vanessa López Torrente se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en http://relatosdelacolmena.blogspot.com.es/.
Wawwwww!!! Amiga!!! Qué bonito esto!!!!
ResponderEliminarDisfrútalo!!!
Abrazo