lunes, 2 de marzo de 2015

Posible



Todas sus frustraciones las apagaba con el cielo. Era la vía de escape perfecta para huir del bullicio, de los empujones estresados de niños convertidos en adultos malcriados. Con solo un movimiento de cuello, se evadía del mundo que le rodeaba, con solo mirar al cielo infinito era capaz de viajar gratis por unos segundos, por unos minutos y a veces hasta por unas horas. La gran ciudad le quedaba grande, calles abarrotadas, los mismos sonidos todos los días, los tacones contra la acera, los quejidos de los coches, de los transeúntes, el malhumor, la prisa, la indiferencia, lo acompañaban hasta el trabajo.

Cada céntimo que caía en su cartera, lo destinaba a mimar su visión del mundo. A través del objetivo de su cámara captaba la tranquilidad que necesitaba, imágenes que nunca se iban a reproducir de la misma y exacta manera, personas anónimas moviendo montañas y el cielo. Cirros, estratocúmulos, nimbos capturando el sol y el azul. Rosa, púrpura y el rojo atardecer, la tormenta con la lluvia y el movimiento sinuoso de las nubes sopladas y arrastradas por el viento, pasaban a través de su objetivo, buscando la colección perfecta de la bóveda celeste.

El tiempo que le dejaba el trabajo, lo dedicaba a viajar, a capturar cielos increíbles, a reflejar en sus fotos la humildad de la naturaleza, a la que tan agradecido estaba por regalarle la vida a sus ojos. En Lisboa contempló como el cielo en cuestión de milésimas de segundo cambiaba de forma y color, transformándose las nubes con la danza del aire caliente. Fotografío el cielo de los cinco continentes, la Antártida con los días eternos, el cielo enrojecido por el fuego en Gaza, el mar de nubes de Tenerife, las nubes caprichosas en Andalucía formando platillos volantes, miles de globos llenando el cielo de Santa Clara en Argentina o el cielo nocturno de Bruselas iluminado por los fuegos artificiales para dar fin a la fiesta Wilkinson American Movie Day. El cielo abovedado de Vic o el cielo moteado en Casa Blanca, todo le valía a su objetivo.

En unos de sus viajes, visitó Nueva Zelanda, la tierra de la gran nube blanca, y allí conoció a la persona que le cambiaría la vida para siempre, que le comprendería para siempre. Se llamaba Mario, bajito, estrecho y fresco como una alberca, de un lugar y de todos, ingeniero mecánico y arquitecto, alquimista, filósofo y poliglota, pero sobre todo un amante de su trabajo y un revolucionario. Sus proyectos eran tachados de utópicos, para los religiosos una aberración, pero para él todo era posible.
Aunque desarrollaba sus proyectos en un pequeño y modesto estudio, a veces se llevaba sus artilugios de trabajo a una cafetería con terraza y acompañaba las tardes con un café con hielo. Y allí se conocieron sus proyectos y las fotos de Emilio. Desde el primer instante en el que empezaron a dialogar supieron que iban a crear algo maravilloso, estaba la idea, las ganas, la necesidad y un borrador.

Con las aportaciones de ambos, concluyeron el proyecto, viable aunque ambicioso. El resultado fue una casa en el cielo, rompiendo las leyes de la gravedad en un cuatrillón de pedazos. La meta de Mario y el sueño de Emilio estaban a punto de converger en un verdadero milagro.

Los secretos de los materiales utilizados nunca se descubrieron y no queda constancia alguna de los planos, borradores ni siquiera notas sobre el proyecto, pero después de veinte años, incontables tormentas, el sol resquebrajante, innumerables gotas de lluvia, nieve, viento compulsivo y aire terso, allí sigue la utopía hecha realidad, el sueño de dos mentes cuerdas, de dos hombres locos.

Licencia Creative Commons
Relato: "Posible". por María Vanessa López Torrente se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en relatosdelacolmena.blogspot.com.es.

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