jueves, 4 de mayo de 2017

El Bendito



Las hay con forma de tobogán, con mucha carne, rectas, rectas, con forma de gancho, abombadas, respingonas, con petas en el tabique, con forma de escalón, chatas; con pecas, lunares, verrugas, granos o pelos, sean como sean y tengan los complementos que tengan, todas tienen en su interior el sentido químico por excelencia. La  puerta a la memoria, a los recuerdos, a las sensaciones, a la emoción.

Pues hubo una vez un hombre al que llamaban El Bendito, que portaba una nariz exageradamente gruesa y corpulenta, era como si le hubieran hecho una rinoplastia y le hubieran puesto un tomate de ensalada por nariz. Igual de grande era por dentro, con unos hermosos bulbos olfativos, tan grandes eran que tenían la capacidad  de reconocer cualquier olor a metros y metros de distancia  con tan solo concentrarse; cuando estaba en el colegio, sus compañeros le pedían que averiguara lo que les esperaba en casa para comer o que se chivara del culpable del pedo de turno. El apodo se lo había endosado una señora, casi ciega, que así lo bautizó cuando éste sirviéndose de su sensible olfato pudo oler el miedo de su cordero perdido, su única compañía que se había riscado unos metros por el barranco y el pobre animal no podía deshacer el entuerto. La señora tan agradecida fuera adonde fuera contaba la historia.

El Bendito estaba muy orgulloso de su nariz, llevaba su peso con orgullo, la paseaba por ahí, la llevaba a buenos restaurantes, dónde se había convertido en el terror de los chefs y sus ingredientes secretos, era infalible. Le regalaba café y ella solamente con posarse unos segundos sobre el borde humeante de la taza, podía reconocer el sexo de las manos que habían recogido el grano, el olor del tostado, de la montaña, de la rama. Entraban en perfumerías en busca de mezcolanza de olores, las recorrían lentamente asimilando cada una de las moléculas que pululaban invisibles e incluso jugaban a separarlos, a distinguirlos en busca de recuerdos, de sensaciones. Los domingos le regalaba jardines, el olor a la tierra húmeda mezclada con el leve olor del compost, el sinuoso aroma de las gotas de agua pulverizadas sobre las hojas, los pétalos y las corolas, el perfume de las flores, olor a verde, al recuerdo del pequeño jardín de su infancia.

Su mente era como una red eléctrica, dónde se conectaban y desconectaban  recuerdos escondidos en los centros más primitivos de su cerebro. Su potente nariz le traía de vuelta imágenes que pasaban de un borroso absoluto a una nitidez casi palpable, trayendo consigo sentimientos acompañados de emociones del momento e incluso si se trataba de algo inusual o excepcional era capaz de recordar hasta la fecha o la ropa que llevaba puesta.

Y aunque su protuberante nariz le daba muchas satisfacciones, también tenía algunos inconvenientes. Uno de ellos era la incapacidad de ingerir cualquier líquido por un vaso de tubo, el enorme apéndice le impedía seguir bebiendo más allá de la mitad; otro inconveniente era encontrar el ángulo perfecto para ejecutar el acto de besar, algo a veces complicado sobre todo si la receptora de tal muestra de cariño cargaba con una nariz de dimensiones similares a la suya. Pero lo peor eran los olores pegajosos, los que se quedaban anclados en sus bulbos olfatorios, pegados a las paredes de su nariz, transformándose en mucosidad que caían sin remedio por los túneles de su  enorme narigón hasta el exterior.

El Bendito desde muy pequeño presentó síntomas de alergia, y lo que salía por aquella enorme nariz cuando estornudaba solo se puede comparar con un grifo abierto a su máxima potencia, algo que a veces lo ponía en situaciones desagradables. Una vez, en cuarto curso, un niño lo invitó a su cumpleaños y ahí que fue él con lo mejor y más nuevo de su armario, además de un buen regalo. Los síntomas de la alergia llevaban sin aparecer unos días y solo llevaba encima el pañuelo de emergencia; la tarde de festejo se desarrolló de forma normal y después de los juegos y los bailecitos llegó el momento de la tarta. El viento pasó ligeramente por el jardín dónde esperaban el postre, y por su enorme nariz entró un olor nauseabundo, sus neuronas receptoras lo transportaron hasta su cerebro y éste dio la orden de un estornudo inminente. Ya habían empezado a cantarle al homenajeado cuando de la narizota del Bendito salió disparado desde el fondo de sus entrañas el “kraken” de los estornudos. Primero la potencia del aire que salió de sus fosas nasales se transformó en ventisca apagando las velas, seguidos por la vasta cantidad de mocos que cubrió el pastel por completo, como lluvia ácida. Un bochorno absoluto que tardo en olvidarse.

No había remedio para aquella inusual alergia, ni vacunas, ni pastillas, solo esperar con alivio los días buenos. En los días en los que todo le apestaba se colocaba montoncitos de pañuelo impregnados de abundante perfume, a modo de muro de contención en los agujeros de su enorme tocha.
Una mañana de las buenas, en las que apenas corría aire, El Bendito sacó a su nariz a pasear, necesitaban abandonar por unas horas la ciudad. Después de dos puentes y medio río, llegaron al campo de manzanos dónde su nariz respiro un banquete delicioso: las manzanas de color rojo con pinceladas de rosa, que dejaban en el aire un aroma dulce semejante al de la miel. Las flores que acompañaban a los frutos en aquellas copas redondas, también desprendían un exquisito aroma lo que le daba al momento doble placer. Y de postre el jugoso sabor, la textura carnosa y el dulce final. Al lado de los manzanos no había mucosidad, respiraban con claridad totalmente sumidos en la descongestión total, sumidos en la pura felicidad.

Después del éxtasis El Bendito se recostó en la sombra, pensando en la vuelta a casa, al olor nauseabundo, a los estornudos en cadena, resoplando e inhalando, expirando, suspirando embriagado por aquel olor, pensando en la única solución que le habían dado, la cirugía, pero..¿cómo iba a hacerle aquello a su espectacular napia? Debía de buscar otras alternativas. Lo que no sabía era que la solución le iba a venir caída del cielo. La manzana más hermosa, regordeta y jugosa se desprendía violentamente de la rama más alta para caer en la cara del Bendito, propinando el golpe más fuerte justo en el centro de ésta, dejando a su nariz como si hubiera recibido un puñetazo y una patada a la vez. Con las manos en la cara se incorporó acompañado de un intenso dolor, mientras la sangre que le salía a borbotones de sus orificios nasales corría entre sus dedos. Algo mareado se levantó y con la chaqueta controló lo que pudo la hemorragia, se hizo dueño de la situación y se dirigió al hospital más cercano.

El tabique había sufrido una lesión importante lo que le provocó una enorme hinchazón, lo que multiplicó por cuatro el tamaño de su ya enorme apéndice; cuando llegaban algún sitio primero entraba la nariz y luego El Bendito.  La inflamación fue menguando poco a poco y con ella los morados y el dolor, y con la mejoría fue percibiendo algunos olores mezclados todavía con el olor de la sangre seca que le quedaba de la paliza que le había dado la manzana, aunque no era capaz de identificarlos porque su olfato estaba aún confuso. Cuando logró expulsar el último tapón, sus orificios nasales se abrieron esplendorosos para recibir los olores de la vida; inspiró con fuerza y ansioso por sentir la explosión de aromas después de tanto tiempo, solo olía a manzana. El hombre olisqueó todo lo que tenía a su alrededor, incluidos médico y enfermero y todo le olía a manzana; en la calle pensó que sería mejor, más oferta de olores pero hasta la mierda de perro le olía al fruto rojo. Ni le dieron explicación ni le dieron garantías de que volviera a su estado olfativo normal, nunca habían dado con un sentido del olfato tan complejo y caprichoso. El Bendito pasó un largo duelo adaptándose a la pérdida de su don en compañía de su increíble napia, de la que nunca dejó de estar orgulloso.

Y así vivió El Bendito el resto de sus longevos días, oliendo la vida a dulce Manzana Fungi.



Licencia Creative Commons
Relato: "El Bendito" por María Vanessa López Torrente se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en relatosdelacolmena.blogspot.com.

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